Charlas de taberna | Eco de sobrevivientes de ácido | Por: Marcos H. Valerio
En el amanecer del 30 de julio de 2014, Carmen Sánchez desayunaba con su familia en su casa del Estado de México cuando su expareja irrumpió y le vació ácido sulfúrico en la cara. El líquido devoró su barbilla, que se fundió al pecho, y disolvió su teléfono en la mano mientras ella gritaba.
«Sentí que mi piel se comía viva», recuerda hoy, a más de una década de distancia, con 61 cirugías a cuestas y un ojo derecho que debe resguardar del sol como a un secreto frágil.
Aquel ataque, ordenado por un hombre que no toleró el fin de la relación, la catapultó de la agonía al activismo: fundó la Fundación Carmen Sánchez en 2021, un refugio para 41 mujeres documentadas en México desde los 90, aunque saben que son miles las silenciadas.
«No era solo matarme; era borrarme para que nadie me quisiera de nuevo», dice, y su voz, firme como el martillo de una jueza, logró en 2023 una sentencia histórica: 46 años de cárcel por tentativa de feminicidio, la primera en México que reconoce la violencia química como tal.
SI NO ERES MÍA, NO SERÁS DE NADIE’
Esmeralda Millán tenía 23 años y un futuro de sueños en Puebla cuando su exnovio, Fidel «N», le lanzó ácido clorhídrico en diciembre de 2018. «Me decía: ‘Si no eres mía, no serás de nadie'», confiesa, mostrando las fotos del antes: una joven sonriente, intacta.
El después son 43 cirugías para recuperar movilidad en un ojo ciego y extremidades rígidas, noches de estrés postraumático donde el ardor regresa como un fantasma. Pero Esmeralda no se rindió; su denuncia, respaldada por la Fundación, culminó en marzo de 2024 con 42 años de prisión para su agresor, la segunda condena por tentativa de feminicidio en América Latina.
«Las cicatrices dentro tardan más en sanar que las de la piel», admite, mientras cosecha maíz en la casa de su abuela, un acto de rebeldía contra el patriarcado que la quiso invisible. Su historia impulsó la Ley Malena, que en febrero de 2024 tipificó estos ataques como delito grave en la CDMX, un eco de su propia resiliencia.
ÁCIDO LE DEVORÓ ROSTRO
Elisa Xolalpa, de 38 años, cultiva flores en las chinampas de Xochimilco, un oasis flotante en el sur de la Ciudad de México, pero su jardín interior floreció de un infierno: atada a un poste por su exnovio en 2001, cuando tenía 18, el ácido le devoró rostro, pecho, espalda y manos, costándole un dedo de la mano derecha.
«Corrí con el nudo deshaciéndose en mi piel, pensando que era la única», relata mientras riega sus plantas, madre de tres hijas que crecen ajenas al terror que las concibió en resiliencia.
Dos décadas después, su agresor fue arrestado por primera vez en 2021 por violencia, pero la justicia cojea: en México, el 90 por ciento de estos casos quedan impunes. Hoy, unida a la red de sobrevivientes, exige no solo cárcel, sino cirugías gratuitas y terapia: «No estamos solas; nuestras voces son raíces que rompen el concreto de la indiferencia».
TUVE QUE MENDIGAR DONATIVOS PARA CIRUGÍAS
Yazmín Hernández, en contraste, lleva su herida fresca como un estigma abierto: atacada en 2023 por un desconocido en las calles de la capital, el ácido le robó la movilidad facial y la confianza para caminar sin mirar atrás.
«El IMSS me salvó la vida con cuidados básicos, pero para el rostro y los ojos, nada; tuve que mendigar donativos para cirugías», cuenta, con el miedo tatuado en cada paso. Su agresor, libre, la obliga a una vigilancia eterna. Pero Yazmín se alzó en el 8M de 2024, marchando con pañuelo morado, gritando por tipificación nacional:
«Somos el 94 por ciento mujeres, el 87 por ciento por hombres que nos ven como objetos; no más borrados». Su testimonio, viral en redes, une a las invisibles en un coro de denuncia.
María López Tovar es la pionera silenciada: en 1988, a los 20 años, su pareja la roció con ácido en un arrebato de celos, el primer caso registrado en México. «Pensé que el dolor me mataría antes que el veneno», evoca, con 37 años de batallas médicas y emocionales a cuestas.
El agresor huyó, la justicia la ignoró. «Fui la primera, pero no la última; exijo que el Estado repare lo que rompió, no solo con leyes, sino con vidas». Su voz, ronca por el tiempo, fertiliza el activismo actual, recordando que la violencia química no prescribe.
Yesenia, de 41 años, carga un doble yugo: Atacada con ácido por un tratante en 2022, que también la esclavizó sexualmente, su piel marcada es un mapa de traiciones.
«Me vendieron como mercancía rota, pero sobreviví para marchar», dice, uniéndose al 8M de 2024 en Oaxaca con un cartel que grita «Justicia o nada».
Su agresor, prófugo, la acecha en sombras, pero Yesenia, con apoyo de colectivos feministas, transforma el terror en testimonio: «El ácido quema el cuerpo, pero la sororidad sana el alma».
En un México donde 393 mujeres enfrentaron amenazas o ataques corrosivos solo en 2025, estas sobrevivientes no buscan compasión, sino cambio: leyes armonizadas, salud gratuita y prevención en escuelas.
