Colaboraciones

Paso a desnivel | Por: David Cárdenas Rosas | Atahualpa, el último emperador inca

Corría el año 1533, el día fue el 26 de julio

Atahualpa, el soberano del Imperio inca, recibió el veredicto del juicio al que lo sometió el ambicioso Francisco Pizarro.

La acusación que caía sobra Atahualpa eran; idolatría, rebelión y asesinato.

La sentencia fue: culpable.

El  castigo: la pena de muerte.

Los incas eran un imperio que establecieron su capital en Cuzco, Perú.

Atahualpa Capac era hijo de Huayna Capac, al morir éste el Imperio inca quedó dividido en dos partes.

Huáscar, el hijo mayor del emperador  heredó la mayor parte del imperio; y Atahualpa heredó una quinta parte.

Atahualpa se mostró conforme con el reparto, pero pronto deseo tener más poder, y empezó una revuelta armada contra su hermano. A principios de 1532, Atahualpa derrotó a Huáscar.

Mientras Atahualpa se convertía en emperador, Francisco Pizarro desembarcaba en Perú con  ciento ochenta hombres.

Pizarro y sus expedicionarios, a su paso por los Andes, llamaron la atención de vigilantes, que informaron a Atahualpa de la presencia de aquellos hombres “que tenían tenían aspecto de dioses”.

Atahualpa creyó que Pizarro era el dios blanco de la leyenda inca, y que estaba de visita para mostrar sus respetos al todopoderoso emperador.

La expedición de Pizarro se dirigía a Cajamarca, en los Andes, donde estaban asentados Atahualpa y su ejército.

Pizarro envió a su hermano Hernando a solicitar que el emperador inca se entrevistase con él. Atahualpa  citó a Pizarro para el día siguiente.

El 16 de noviembre de 1532, Atahualpa llegó a la plaza de Cajamarca con una impresionante comitiva.

Pizarro no fue a recibir a Atahualpa. El único español fue el capellán, Vicente de Valverde quién se dirigió a Atahualpa y con una biblia en mano, le pidió que renunciase a sus creencias, que reconociese al único Dios, y que jurase lealtad a España.

El emperador inca quiso examinar la Biblia de cerca, y el capellán se la dio.

Atahualpa acercó el libro al oído, esperando escuchar algo. Al ver que no transmitía ningún sonido, la tiró al suelo.

Pizarro hizo una señal y comenzó la emboscada.

Atahualpa fue capturado y llevado al interior del palacio a empujones. El inca no volvió a ser libre nunca más.

Pizarro quizo convencer a Atahualpa de que se convirtiera en vasallo del rey de España, y entregar su imperio, un imperio que el propio Pizarro nunca imaginó.

Luego de haber entregado 7 toneladas de oro a Pizarro, este pese a sus promesas de liberarlo, ordenó ejecutarlo con “la pena del garrote” y así cayó el imperio inca.

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