László Krasznahorkai: lirismo de ruina
Ciudad de México, 12 de octubre de 2025.- En la obra vasta e intrincada de László Krasznahorkai (1954) pulsa una herencia que se remonta en primer lugar al absurdo radical de Franz Kafka —la K que puso inequívocamente en el mapa a la literatura centroeuropea—, al dédalo burocrático, al destino privado siempre bajo asedio público, al gesto inevitable de lo grotesco, pero también al infatigable monólogo interior que expone una individualidad en pos del grito que fracture el silencio impuesto por la historia y la política.
Esta herencia no es un simple accesorio sino la materia con que el escritor oriundo de Gyula en el sureste de Hungría moldea su visión cada vez más asfixiante, cada vez más desalentada, cada vez más necesaria en un mundo que tropieza con su propia sombra. En ese espacio distópico y oscuro, apocalíptico pero palpitante, Krasznahorkai ofrece no sólo novelas y relatos sino laberintos del lenguaje, auténticas arquitecturas del abatimiento, pero también destellos de una compasión que no se sacude la crueldad, sino que en buena medida nace de ella.
Sus libros integran un recorrido que obliga a contemplar la descentralización del yo, la caída paulatina hacia lo inasible, lo posible pero horroroso, lo poético pero amenazado. Krasznahorkai construye sus universos dejándose guiar por una suerte de música de la desesperación, y en esa música tanto Kafka como Thomas Bernhard fungen como acordes fundacionales.
En entrevista con George Szirtes, uno de sus más avezados traductores al inglés, el segundo autor húngaro galardonado con el Premio Nobel de Literatura después de que Imre Kertész lo recibiera en 2002 afirma: “Cuando no leo a Kafka estoy pensando en Kafka. Cuando no pienso en Kafka extraño pensar en él. Al cabo de un tiempo de extrañar pensar en Kafka, lo saco de mi librero y lo vuelvo a leer. Así es como funciono.”
Con información de: El Universal