Colaboraciones

Paso a desnivel | Por: David Cárdenas Rosas | Hernán Cortés: entre la gloria y la contradicción

Hernán Cortés, es el nombre que resuena en la historia como el conquistador de Tenochtitlán.

Cortés llegó a estas tierras en busca de fortuna y gloria, obedeciendo a su ambición más que a sus superiores.

Su mérito de aventurero es haber desafiado las órdenes recibidas.

Fue un soldado que levantó su propias ejército y se arrojó al destino sin certeza de victoria.

Llego a estas tierras con no más de 600 hombres, y con ellos doblegó a un imperio que parecía eterno.

Cuando entró por primera vez a la gran ciudad mexica, quedó deslumbrado. Tenochtitlán era un prodigio: admiró la ciudad y su  grandeza, y sin embargo fui él quien la redujo a ruinas. Ahí nació su primera contradicción: el hombre que admiró lo que al mismo tiempo destruyó.

Hablar de Dios fue su justificación. Traía la cruz y la fe como estandarte, pero la realidad es que sus pasos avanzaron manchados de sangre y polvo.

Aseguraba a sus aliados que él sería la salvación ante los excesos aztecas, mientras su ejército arrasaba con pólvora y acero, lo que encontraban a su paso.

Su tino fue aliarse con los pueblos enemigos de los mexicas, prometiendo libertad, pero al final todos quedaron sometidos bajo la misma corona que él representaba. Nunca los liberó solamente les cambió la tiranía.

Cortés se enfrento -sin mucho conflicto- al pequeño dilema de la lealtad. La había jurado al rey Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico, y a quién lo representaba en este continente; Diego Velázquez, gobernador de Cuba, Cortés traicionó a ambos. Se declaró independiente en sus decisiones.

Y con esa arbitrariedad fundó Veracruz para legitimarse y con este hecho quedó instaurado el primer ayuntamiento de México.

El sitio de Tenochtitlán fue su mayor triunfo y su mayor pecado. Días de hambre, enfermedad y sangre acabaron por rendir a los mexicas.

El 13 de agosto de 1521 cayó Cuauhtémoc, joven y valiente, cuya dignidad eclipsa la victoria de Hernán. Pues hasta hoy la figura de Cuauhtémoc es símbolo de resistencia, mientras la de Cortés se debate entre gloria y desprecio.

Su conquista abrió paso al nacimiento de una nueva nación, mestiza y compleja, pero también dejó cicatrices profundas que aún no cierran.

Hernán Cortés fue quién conquistó Tenochtitlán.  Y es también la contradicción encarnada: admiró lo que destruyó, habló de fe mientras esparcía violencia, y prometió libertad mientras forjaba dominio. Esa es la herencia de su nombre y el peso de traición, mentira y culpabilidad eterna de su historia.

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