Charlas de taberna | Soldado ucraniano camina con prótesis hecha en UNAM | Por: Marcos H. Valerio
El aire espeso de la guerra envuelve Járkov, Ucrania, otrora un faro industrial y cultural de Ucrania. En 2022, Sergey, un joven electricista de 25 años, avanza con cautela en una misión militar. Sus botas pisan el suelo helado, pero no escucha el crujir de la tierra ni el eco de sus compañeros.
Solo hay silencio, hasta que un estallido lo cambia todo. “Una mina antipersonal explotó bajo mis pies”, recuerda Sergey en una videollamada, su voz firme pero cargada de un eco que trasluce el trauma. La explosión le arrancó gran parte del pie derecho, dejando solo el talón. Su vida, como la de miles de ucranianos en estos tres años de conflicto, cambió para siempre.
Antes de ese día, Sergey trabajaba en una mina, un oficio que sostenía a su familia y formaba parte del corazón económico de Ucrania, un país que aporta el 5% de los minerales a nivel global y donde la minería representa el 6.4% del PIB, según datos del Foro Económico Mundial y Statista.
Pero el 24 de febrero de 2022, cuando Rusia lanzó su invasión, las máquinas de las minas se detuvieron. Las sirenas reemplazaron el ruido de los taladros, y Sergey, como 800 mil compatriotas, según el presidente Volodímir Zelenski, dejó todo para unirse al ejército. La guerra, que ha dejado 12 mil 600 civiles muertos y más de 29 mil heridos, según la ONU, no solo destruyó hogares; también marcó cuerpos y almas, como la de este joven minero.
La lesión de Sergey fue devastadora: una amputación parcial tipo Chopart, explica Luisa Alejandra Santos Borráez, académica de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES) Juriquilla de la UNAM. “Perdió gran parte del pie, pero conservó el talón, lo que plantea un reto enorme para los protesistas por el espacio reducido para trabajar”, detalla.
En Ucrania, Sergey recibió atención inicial: cirugía y rehabilitación en un hospital privado financiado por el gobierno. Le entregaron dos prótesis de resina, pero una se rompió. La otra, mal ajustada, le impedía moverse con libertad. “No podía caminar bien, me dolía, no era mi medida”, confiesa el joven, su mirada perdida en el recuerdo de aquellos días.
El destino de Sergey dio un giro inesperado gracias a un puente de solidaridad entre Ucrania y México. La Sociedad Civil Ucraniana en México, junto con la Embajada de Ucrania y el Ministerio de Salud ucraniano, lo conectó con un equipo multidisciplinario de la UNAM encabezado por Santos Borráez.
Este grupo, integrado por fisioterapeutas, nutriólogos, médicos y estudiantes de órtesis y prótesis, se propuso no solo devolverle a Sergey la capacidad de caminar, sino también un pedazo de su vida. “No se trataba solo de una prótesis, sino de una rehabilitación integral: física, emocional y social”, explica la académica.
Cuando Sergey llegó a México en noviembre de 2024, traía consigo el peso de la guerra y una prótesis que no le servía. “Había bajado de peso, y la prótesis era demasiado grande. No le permitía hacer sus actividades diarias”, describe Santos Borráez.
El equipo, compuesto por la nutrióloga Nora Ramírez, la estudiante Aleida Cisneros, los alumnos de órtesis y prótesis Adrián Pastrana y Andrea Peña, y los fisioterapeutas Daniel Rodríguez y Andrea Torres, enfrentó dos grandes obstáculos: la barrera del idioma y la distancia. Traductores voluntarios y aplicaciones tecnológicas salvaron el primero; videollamadas y, finalmente, el viaje de Sergey a México resolvieron el segundo.
El proceso comenzó con una evaluación exhaustiva. Los nutriólogos detectaron que el bajo peso de Sergey afectaba su recuperación, mientras los fisioterapeutas trabajaron en fortalecer sus músculos y mejorar su equilibrio. “No todas las víctimas de la guerra son candidatas a una prótesis de inmediato”, aclara Santos Borráez. Pero Sergey, con su determinación, lo era.
Se tomaron medidas precisas, se elaboraron moldes y se diseñó una prótesis de prueba en fibra de carbono, con un soporte en la tibia para maximizar su funcionalidad. Durante un mes, el equipo ajustó cada detalle hasta lograr el “socket” definitivo, la cuenca que abraza el muñón. Cuatro meses después, Sergey estrenó su prótesis final.
Hoy, desde Ucrania, Sergey camina sin ayuda. Corre, sube escaleras, baja rampas, se agacha. “Me gustó el trabajo. Me cuidaron mucho, siempre corriendo, ajustando cosas, ayudando”, dice con una sonrisa que no oculta su gratitud. La prótesis no solo le devolvió la movilidad, sino también el equilibrio físico y emocional que la guerra le había robado. “Antes no podía apoyarme bien en un solo pie. Ahora sí”, comparte, mientras describe cómo el “calorcito” de México lo reconfortó durante su estancia.
La UNAM, con su tecnología de punta —escáneres, robots y equipos de fisioterapia— y su enfoque humano, marcó la diferencia. “Nuestros estudiantes, supervisados por profesionales, atendieron un caso real que les permitió crecer y reafirmar el compromiso social de la universidad”, subraya Santos Borráez. Este caso, además, abrió la puerta a futuras colaboraciones. La UNAM evalúa recibir a más ucranianos heridos por la guerra, fortaleciendo un lazo de solidaridad con un país que, según Sergey, aún necesita “muchísima ayuda”.
Para Sergey, México no fue solo un lugar de rehabilitación; fue un refugio de esperanza. “Ojalá más personas de mi país puedan venir”, dice, mientras camina con firmeza hacia un nuevo comienzo, llevando en su paso el peso de la guerra y la fuerza de quienes, desde el otro lado del mundo, le ayudaron a levantarse.