Colaboraciones

Charlas de taberna | Forjando mentes en la selva y el aula | Por: Marcos H. Valerio

En el Día del Maestro, las comunidades alejadas, como caminos sinuosos se visten de orgullo para homenajear a quienes, con vocación inquebrantable, dejan atrás las comodidades de sus hogares y se adentran en comunidades remotas para encender la chispa del conocimiento.

Desde los caminos polvorientos o húmedos de la selva hasta las aulas de las universidades en las grandes urbes, los maestros de esta tierra y catedráticos como Ana María Cetto de la Universidad Autónoma de México (UNAM) demuestran que la enseñanza es más que una profesión: es un acto de amor y resistencia.

MAESTROS RURALES: LA LUZ EN LA PENUMBRA DEL OLVIDO

En comunidades como Xpujil, Candelaria o Escárcega, donde el asfalto es un lujo y la señal de internet un sueño, los maestros rurales de Campeche son verdaderos titanes.

Cada amanecer, hombres y mujeres como Don Elías, un profesor de primaria de 54 años, recorren hasta tres horas en camionetas destartaladas o a pie para llegar a escuelas de palapa. “No hay cansancio que valga cuando ves a un niño aprender a leer”, dice Elías, mientras prepara su pizarrón en una aula sin ventiladores, bajo el calor abrasador de la selva.

Estos maestros, muchos egresados de normales rurales, no solo enseñan matemáticas o español; son guías, consejeros y, a veces, el único puente de los niños con un futuro más allá de los cultivos o la migración. En comunidades mayas como Becán, la maestra Lucía, de 32 años, imparte clases bilingües, preservando la lengua materna mientras abre ventanas al mundo. “Mis alumnos me enseñan tanto como yo a ellos. Su resiliencia me inspira”, confiesa.

La vocación de estos héroes anónimos los lleva a enfrentar carencias de material, salarios retrasados y la soledad de vivir lejos de sus familias. Sin embargo, su compromiso permanece firme. En el Día del Maestro, el gobierno estatal anunció un bono especial y la entrega de tabletas para 200 escuelas rurales, un reconocimiento pequeño pero significativo para quienes siembran esperanza en los rincones más olvidados de Campeche.

ANA MARÍA CETTO: PIONERA QUE ILUMINA LA FÍSICA Y LA VOCACIÓN

En el otro extremo del espectro educativo, pero con la misma pasión, brilla Ana María Cetto, catedrática de la UNAM y pionera en la física mexicana. En este Día del Maestro, su legado resuena como un faro para las nuevas generaciones. Desde 1966, Cetto ha impartido clases en la Facultad de Ciencias, especializándose en mecánica cuántica, una disciplina tan fascinante como compleja.

Pero su impacto va más allá de las ecuaciones: es un símbolo de generosidad y compromiso social.

“Ser maestra es compartir lo que sabes con desprendimiento. El conocimiento debe ser un derecho universal”, declara Cetto, quien en los años 70 se convirtió en la primera doctora en Física de México, rompiendo barreras en un campo dominado por hombres. Su trayectoria, marcada por reconocimientos como su participación en las Conferencias Pugwash (Nobel de la Paz 1995), refleja una vida dedicada a unir ciencia y humanismo.

En el aula, Cetto no solo enseña física; inspira a sus estudiantes, especialmente a las mujeres, a desafiar los límites. Silvia Maldonado, alumna de séptimo semestre, lo resume: “Ver a la doctora Cetto es entender que no hay techo para nosotras. Su pasión por enseñar es contagiosa”. Con un enfoque que combina rigor académico y diálogo con las nuevas generaciones, Cetto sigue siendo una fuerza transformadora, demostrando que la docencia y la investigación son inseparables.

LEGADO COMPARTIDO

En este Día del Maestro, Campeche y México celebran a quienes, como los maestros rurales y Ana María Cetto, hacen de la enseñanza un acto de valentía y amor.

Mientras Don Elías escribe en un pizarrón de madera en Xpujil y Cetto desentraña los misterios del universo en la UNAM, ambos comparten un mismo propósito: transformar vidas a través del conocimiento. En la selva o en el aula, su vocación es el motor que impulsa a un país a soñar más grande.

Hoy, en cada comunidad y universidad, resonará un aplauso para ellos, los arquitectos del futuro. Porque ser maestro no es solo enseñar: es dejar huella, encender luces y, sobre todo, creer en el poder de cambiar el mundo, una lección a la vez.

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