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Tigres y América igualan en final de ida; campeón se define en el Azteca

San Nicolás de los Garza, NL., 15 de diciembre del 2023.- Tigres derribó progresivamente las barreras de una final cuesta arriba. Después de que el América lo adelantó en el marcador, el equipo de la UANL afrontó la dura misión de mantener el peso que siempre tuvo en el estadio Universitario, ese lugar donde ningún equipo ha podido deshacer su imagen de campeón defensor y dinastía brillante de la última década. Con el empate 1-1, los más de 41 mil 600 aficionados que hicieron vibrar las gradas con la fuerza de un volcán dejaron la puerta abierta para celebrar en el Azteca el domingo.

Asistir a una final obliga a miles de personas a perder de vista lo que resulta familiar y confortable. Nada es suyo excepto lo más esencial: el juego, las horas de espera en las puertas del estadio, los sueños, el aliento, todo lo que imaginan desde sus asientos. “Un tigre nunca deja solo a otro tigre”, presumen en las gradas y con ello surge una especie de justicia oportuna: para los amigos, todo; a los enemigos, la ley de André-Pierre Gignac y compañía.

El francés es un líder de la comunidad felina, un protector de sus compañeros y, según los números que ha dejado en la Liga, uno de los mejores delanteros extranjeros de la historia. Competitivo, inteligente, amante de la música norteña. Con su regreso después de una lesión en el pubis, los seguidores felinos vieron venir una noche distinta, más abierta y con oportunidades de gol. Pero encontraron todo lo contrario.

“¡Vamooos Tigreees/ te quiero veer/ campeóóón/ otra veeez!”. En cada final de Liga el ambiente en el Volcán es ensordecedor. Tiene más color, se siente más importante y eso es lo que marca la diferencia. Mejor con el tiempo, como los buenos vinos. La expresión le va perfectamente a este recinto por donde corren ríos de lava en forma de aliento, incluso con el marcador en contra.

Sin Gignac en plenitud, fueron más de 70 minutos lo que duró la resistencia americanista, un compendio de jugadas de Diego Valdés, Julián Quiñones y Álvaro Fidalgo que estuvo a punto de surtir efecto desde el inicio ante unos Tigres mimados por su afición, pero ya no sólo dentro del terreno de juego, sino también afuera: en calles y avenidas de San Nicolás donde ondearon banderas con la U de la Universidad de Nuevo León y los revendores multiplicaron el precio de los boletos hasta los 5 mil pesos.

Por momentos, las Águilas hicieron sencillo algo que parece muy complicado: competir fuera de casa con una identidad definida. Pero a veces también son el rostro más arrogante del futbol, un equipo precavido y sin ganas de competir al tener el objetivo resuelto, como ocurrió en la semifinal de vuelta frente al Atlético de San Luis. “En el América hay que ganar siempre. Si somos súper líderes, ¿por qué no demostrarlo en todos lados?”, refunfuñaba Ramón, un seguidor que hizo el viaje de Durango a Monterrey con un ticket que consiguió al triple del costo original.

Valdés y Miguel Layún erraron las más claras antes de irse al descanso. Ambos pudieron vapulear a Nahuel Guzmán, pero cruzaron demasiado la pelota y sus remates salieron desviados. Sin los egoísmos ni extravagancias de otros tiempos, el volante chileno se valió de regates y diagonales para crear oportunidades de gol a Quiñones y Henry Martín. La paciencia fue dando sus frutos, especialmente porque Tigres se quedó sin profundidad ni futbol. Salvo unos cuantos momentos de vértigo, los felinos serán recordados por un partido colmado de fallas y desconciertos, muy poco equiparables a una final.

El gol de Henry, más enfocado que nunca en su papel de líder, alumbró el camino de las Águilas cuando recién iniciaba el complemento. Jesús Angulo derribó con una patada a Quiñones y el silbante Marco Antonio Ortiz no dudó más que un par de segundo en marcar la falta. Entonces el yucateco, fanático de la serie cinematográfica Game of Thrones, tiró por un lado de Nahuel Guzmán y convirtió el 1-0 (51), premio absoluto a la confianza.

El América se marchaba sonriente de San Nicolás de los Garza hasta que la afición felina, derribando progresivamente todas las barreras anímicas, despertó la respuesta del técnico Robert Dante Siboldi, quien envió al campo a Ozziel Herrera y con ello consiguió el empate en un tiro de esquina (71).

Hasta los años 90, el equipo de la UANL era una franquicia que transitaba entre malas campañas, problemas económicos y el drama por no descender; ahora, en cambio, es puro poder y magnificencia. Los clubes más populares temen que sean tiempos de un nuevo grande en la escala ganadora. Si es el cuarto o quinto, no se sabe, pero sus ocho campeonatos persiguen muy de cerca a Cruz Azul (9), Guadalajara (12) y América (13), y ya dejaron atrás a Pumas (7).

El empate, por ahora, es renta suficiente para seguir soñando con el bicampeonato, ahora en el estadio Azteca.

Con información de: https://www.jornada.com.mx/

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