Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por Marcos H. Valerio |Halló un ángel en el infierno.

Patricia se casó con Rafael cuando tenía 23 años de edad; hace ya ocho años de ello. Hoy tienen dos hijos varones, de seis y cuatro años.

Su esposo trabaja en una empresa constructora, es arquitecto; ella es abogada y hasta hace unos meses ejercía su profesión, pero una cruel experiencia cambió su vida. Actualmente, acude a terapias con un psicólogo, nunca está sola, tiene miedo.

Todo empezó aquel martes cuando la secuestraron frente a su oficina, acababa de dejar a sus hijos en la escuela e iba a iniciar su jornada laboral. Una camioneta negra le bloqueó el paso, dos sujetos encapuchados bajaron de otro automóvil rojo y, con pistola en mano y palabras altisonantes, la subieron a la unidad.

“No grites, sino te mueres”, le decía un plagiario a Paty mientras le amarraba las manos, le vendaba los ojos y le daba algunos golpes en las costillas para que no forcejeara.

Horas más tarde, le quitaron el vendaje. Se encontraba en una habitación de tres por tres metros, no tenía ventanas, sólo un colchón, un viejo sarape y una mugrosa almohada, un foco con luz muy tenue alumbraba la habitación.

La joven mujer perdió la noción del tiempo, tenía mucha sed y calor, el miedo invadía todo su cuerpo, sentía que la muerte le susurraba los oídos. Imaginaba que sus hijos se quedarían solos, indefensos, por lo que tenía que ser fuerte para sobrevivir.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por dos secuestradores, aproximadamente de 34 años de edad ambos. El moreno tenía el pelo chino y largo; el de tez blanca, contaba con el pelo lacio y corto; los dos esbeltos.

Preguntaron a Paty si tenía hambre y qué quería comer. Tal vez una pizza, una hamburguesa o ensalada. También le ofrecieron algo de beber.

Suplicó no le hicieran daño, ella colaboraría en todo lo que pidieran, les pidió la dejaran hablar con su esposo para agilizar el rescate; incluso, les prometió no realizar denuncia alguna en su contra.

“No es tan fácil”, gritó un tercer hombre que llegaba en ese instante. Tu marido está de viaje, hasta ahorita ha sido imposible localizarlo. Además, nos acabamos de enterar que es socio en la empresa donde trabaja, eso te hace más valiosa y exigiremos más dinero.

El sujeto que tenía unos 50 años de edad venía acompañado por una mujer que traía una botella con agua. Ambos constantemente arremetían contra la víctima e incluso con sus cómplices. Parecían ser los cabecillas de la banda.

Sin mediar palabras, el hombre de mayor edad cacheteó a Paty exigiéndole el número de celular de su cónyuge. “Sombra…no le pegues, ya déjala, no ves que sí quiere cooperar”, le decía Pichirilo, el joven de tez morena.

Mientras La Pechus y El Pandita se reían de lo que pasaba en ese momento. “Pareces de Derechos Humanos, siempre defendiendo a los golpeados”, comentaban, entre carcajadas.

Los cuatro salieron discutiendo, Pichirilo insistía que no era necesario maltratarla, pues significaba dinero; El Sombra respondía que de esa forma no les daría problemas, mucho menos trataría de escapar. “No hay manera de fugarse de este cuarto. Mírala está muerta de miedo”, respondía su cómplice.

Nuevamente Pichirilo regresó, le traía una ensalada y una limonada, además de agua tibia y una toalla para que se lavara la cara y las manos.

Durante varios días, él se encargaba de llevarle la comida, algún líquido; era quien le vendaba los ojos para llevarla al baño. En varias ocasiones, le consiguió una pastilla para el dolor de cabeza.

Las burlas y maltratos a Paty aumentaban debido a que los plagiarios exigían cada que se comunicaban más dinero por el rescate. Rafael, esposo de la víctima, les pedía escucharla por el auricular; ellos se negaban, por lo que la negociación estaba empantanada.

Una semana después, la policía iniciaba las pesquisas, rastreaba las llamadas, buscaba indicios que los llevaran a los secuestradores.

Fue hasta el octavo día cuando Patricia entabló una conversación con la persona que la custodiaba, ya que era el único que en ese momento le representaba protección. ¿Cómo te llamas?, ¿Tú eres el único que me trata bien?, ¿Por qué estás con ellos?

“Me dicen Pichirilo, pero mi nombre es Ángel, mi familia me dice Gelo. El Pandita es mi primo y me invitó a ganarme unos pesos, por eso estoy aquí”, respondía el plagiario.

Así empezaron las charlas entre ellos. En alguna ocasión, el hombre le llevó ropa y sábanas limpias, un desodorante y un talco. A diario le preguntaba: ¿qué quería comer?

Los otros sujetos continuaban con sus humillaciones y golpes. En alguna ocasión, El Sombra cacheteó a la víctima, simplemente porque le pidió agua. El Pichirilo, molesto, agredió a su compañero.

Esa noche, Ángel regresó con una toalla nueva, algunas gasas para que limpiara sus heridas. Segundos más tarde, Paty se encontraba llorando recargada en el hombro de su plagiario. “Ya no aguanto este infierno”, le decía. Más tarde, ella se quedó dormida entre los brazos del secuestrador.

Durante los próximos dos días, Ángel cuidaba que no la golpearan. Aunque no platicaban, él siempre estaba pendiente de lo que necesitaba. Aquellas miradas de odio y desconfianza habían cambiado, hoy emanaban comprensión y consuelo.

Una mañana, Patricia fue rescatada por elementos policiales. Sólo detuvieron al Sombra y la Pechus, pues el Pandita salió en busca de un nuevo celular para continuar con las negociaciones y El Pichirilo compraba la comida para toda la banda delictiva.

Después de 20 días, la policía localizó a los dos secuestradores que faltaban, por lo que llamaron a Paty para que fuera a identificarlos. Ella acudió con su esposo.

A través de la Cámara Gessell vio a Ángel y recordó cuánto la protegió cuando estuvo en cautiverio. Reflexionaba que por agradecimiento no lo iba a delatar. Apretó la mano de su cónyuge y exclamó: “el primero de izquierda a derecha, le dicen El Pandita, es de los plagiarios; el otro no lo conozco, nunca lo he visto”.

Sus agresores fueron sentenciados a 50 años de prisión, Ángel no fue procesado, nunca lo volvió a ver. La joven mujer afirmaba que no lo delató porque merecía una segunda oportunidad para renovar su vida.

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