Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por Marcos H. Valerio | Circos en peligro de extinción.

Con la prohibición de tener animales los circos perdieron atractivo, por lo que están en peligro de extinción. En lugares donde laboraban hasta 60 personas, hoy las familias de los dueños son los integrantes del show.

Uno de esos casos es el circo Aladino, que actualmente cuenta con sólo siete integrantes: dos payasos, un mago, dos niñas trapecistas y dos niños que se disfrazan de conejo y Barnie, así como un remolque y un autobús viejo.

La entrada cuesta 10 pesos. El cupo es de unas cien personas. Sus pequeñas y oxidadas gradas apenas llenan una cuarta parte de niños que disfrutan de sus vacaciones escolares.

Ansían que empiece la función antes de que llueva, pues la lona de la carpa tiene varios agujeros que dejan ver un cielo nublado y un aire frío que cala hasta los huesos.

El payaso Dino, dueño del circo, comenta que ellos son muy profesionales pese a ser pocos integrantes.

Su objetivo en cada función es hacer reír al público y que olviden sus problemas, además que, con precios accesibles, es posible que pueda acudir toda la familia.

Una niña trapecista grita invitando a toda la colonia para que asistan a la función; mientras el mago Tontín cobra en la taquilla y a la vez asigna a cada uno de los “respetables” sus lugares.

El payaso Pincitas junto con un niño preparan el inicio de la función. Todo está listo, una de las niñas trapecistas hace su entrada haciendo malabares, le sigue la otra menor que también muestra sus habilidades en la cuerda floja, donde presume su flexibilidad.

Es el turno al mago Tontín, quien aparece y desparece un par de palomas, invita al público a participar en un acto asegurando que lo transportará al otro mundo, al lugar de la tinieblas.

Un niño acepta, es abucheado por los demás; inicia su magia, lo esconde en un viejo baúl, el menor sale llorando y espantado, comentando a gritos que ese lugar estaba frío y apestoso.

Como premio al valiente, el mago Tontín le regala un caramelo. Su llanto desaparece como por acto de magia.

Hay un receso. Las niñas trapecistas venden agua de jamaica, palomitas de maíz y manzanas con caramelo, todo a precios muy accesibles.

Para la segunda mitad, hay algunos niños que llegaron tarde; el payaso Dino les cobra cinco pesos, ellos se acomodan en algunos rincones. Seguramente planean alguna travesura.

Dino, con ayuda de dos menores disfrazados de conejo y Barnie, dicen varios chistes y adivinanzas, también realizan actos de magia y regalan algunas manzanas con caramelo que les sobraron de la venta.

Pincitas finaliza la función tragando fuego; mientras que las niñas ejecutan otras presentaciones de acrobacia junto con las dos palomas.

Ellos organizan dos funciones al día, regularmente se instalan en la zona conurbada de la Ciudad de México, algunas veces se trasladan a Puebla, Veracruz, Hidalgo y Morelos.

Dino explica con melancolía que mucha gente los va a ver y los alientan para que no desaparezcan los circos.

Hoy decidieron venir a Valle de Chalco, Estado de México, donde arrebataron sonrisas a niños con la cara polvorienta por tanto salitre y tierra que agita el viento.

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