Cultura

Adelanto editorial del libro La bruma y el detective

Ciudad de México, 31 de agosto de 2025.- M desapareció de la faz del planeta dos días después de nuestro encuentro final en el Distrito Marina. Aunque no, debo corregirme porque no basta una frase hecha para expresar lo que quiero decir: el agujero negro que M abrió para rasgar el tejido de la realidad, de mi realidad, al desvanecerse sin mayor explicación al cabo de dos días de derribar lo poco que quedaba de nosotros entre el lance de destellos propiciado por las aguas del lago del Palacio de Bellas Artes me trasladó al fondo de una dimensión ignota donde me extravié sin remedio y con la certidumbre de que jamás podría retornar al mundo que se suele considerar normal por una convención que cada vez entiendo menos.

¿Qué hay de normal en un sitio donde dos personas que se aman y se desean profundamente acaban por infligirse el dolor más atroz, las heridas más perdurables, como si en verdad fueran las últimas enemigas mortales que a duras penas se mantienen en pie para continuar luchando en un campo de batalla regado de cuerpos  rotos y mancillados?

Esos dos días posteriores al intenso regalo de despedida que M me dio en el motel del Distrito Marina constituyen para mí el umbral del agujero negro al que luego me precipitaría de lleno, ya que de ellos no guardo ninguna memoria precisa. Sé que en cuanto M se alejó, originando una especie de reproche destinado a nadie con el susurro de sus sandalias sobre la tierra suelta, extendí un brazo en el aire como si con ese gesto  automático e inútil pudiera acortar la distancia que se ensanchó entre nosotros hasta que ella se esfumó de mi vista, y que me quedé fijo en esa postura de estatua hasta que transcurrido un tiempo incalculable una mujer que paseaba a su perro se me acercó para preguntarme si estaba bien o necesitaba ayuda. Sé que farfullé un agradecimiento veloz para entonces marcharme arrastrando los pies en cualquier dirección que me apartara de ese escenario, acompañado por la neblina proveniente de un océano interior que comenzó a estirar sus dedos hacia mí para conquistar poco a poco mis sentidos, embotándolos al grado de impedirme cobrar plena conciencia de lo que ocurría a mi alrededor.

Ese entumecimiento brumoso rigió mis acciones a lo largo no sólo del resto de aquella jornada sino de las siguientes cuarenta y ocho horas, que a la fecha integran un rompecabezas inconcluso en el que me parece discernir por encima de todo la boca de M distendida en una mueca que aún no consigo averiguar si es de horror o de placer, y fue disuelto a medias por el timbre del teléfono que atiné a acallar levantando el auricular de la mesa de noche de mi dormitorio mientras los tambores fieros de una resaca producida por la mezcla de alcohol y pastillas retumbaban en mis sienes.

La voz angustiada de Lixue, la hermana mayor de M, me arrancó parcialmente del embrutecimiento para caer en cuenta de dos cosas de manera simultánea: el mapa de vómito seco que se desplegaba en las sábanas junto a mi almohada y los rasguños que zigzagueaban por mis brazos y mi torso desnudos y que al mirarme después en el espejo a la luz brutal del mediodía descubriría también surcándome la mejilla derecha. Recuerdo haber hecho un esfuerzo sobrehumano para remontar el dolor que me atenazaba la cabeza y el estómago y escuchar a Lixue preguntándome si M estaba conmigo, diciéndome que el día anterior no se había presentado al almuerzo para festejar el cumpleaños de su padre y que desde entonces trataban de localizarla sin éxito hasta el momento,
informándome con la voz cada vez más quebrada que ya había hablado con la amiga casi invisible con quien M regresó fugazmente a compartir departamento luego de abandonar el mío y con otros conocidos e incluso con el gerente de John’s Grill sin que nadie pudiera darle razón de su hermana, lamentando haberme molestado porque sabía que la relación entre M y yo había terminado según la propia M se lo refirió en la última llamada que habían tenido más o menos una semana atrás, rompiendo a llorar sin consuelo mientras yo procuraba tranquilizarla con palabras pastosas e intentaba igualmente en vano determinar la fecha en que despertaba
para desplomarme dentro del agujero negro del que no empezaría a emerger sino hasta un par de meses después con apoyo del psiquiatra y de un viaje de tres semanas fuera de San Francisco. Recuerdo que mi primer impulso fue proponerme para contribuir a la búsqueda de M en lo que se necesitara y que Lixue rechazó la oferta entre sollozos, asegurándome que sus padres ya habían establecido contacto con el Departamento de Policía donde les garantizaron que asignarían a alguien para ocuparse del caso pese a que para declarar a una persona formalmente desaparecida debía pasar cierto periiodo que yo sabía de memoria.

Con información de: El Universal

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