Salud y Belleza

Industria de comida chatarra se disfraza de ecologista, saludable y con sentido social

Ciudad de México, 25 de agosto del 2025.- Mediante narrativas que permitan al consumidor sentirse “cómodo” y socialmente responsable frente a problemáticas como el cambio climático y la devastación ambiental, la industria de productos ultraprocesados ha generado estrategias, como el llamado social-washing, greenwashing, healthwa-shing y brainwashing, con las cuales buscan mantener la venta elevada de sus mercancías, pero también una imagen de corporaciones socialmente responsables.

Raúl Romero Gallardo, experto del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, destaca que la industria usa el brin-washing –método sicológico para aumentar el consumo–, con el que traslada la responsabilidad ambiental al usuario.

“Se nos quiere hacer creer que con este tipo de compras se puede ser sexy, ecológicamente responsable y estar a la moda, además de consumir ropa deportiva aunque no hagas deporte, alimentarte bien a un costo elevado o cambiar a un automóvil híbrido, pero continuar con una lógica de contaminación. Es parte de un discurso de la industria mercantil para generar nuevos hábitos de consumo y, en realidad, no se detiene en nada la devastación ambiental”, afirma en entrevista con este diario.

Al respecto, la organización Incubadora de Defensa de la Salud Global (GHAI, por sus siglas en inglés) señala en un reporte sobre las narrativas de la industria de los alimentos procesados para socavar políticas de alimentación saludable, que a fin de proteger su imagen corporativa, éstas suelen emplear tres tácticas básicas.

El socialwashing, con el que promocionan productos con “sentido social”, como la inclusión LGBT+; el greenwashing, mediante el cual ofrecen bienes con menor impacto ambiental, ya sea por empaques más ecológicos y menor gasto de agua o de energía, y el nutriwashing o healthwashing, con el que vinculan sus productos ultraprocesados con beneficios para la salud, sin bases científicas.

El doctor Simón Barquera Cervera, director del Centro de Investigación en Nutrición y Salud del Instituto Nacional de Salud Pública, asevera que la industria utiliza diversas estrategias, como vender un “producto súperchatarra, pero etiquetarlo como hecho en México o elaborado en apoyo de espacios comunitarios, y con ello poder decir que son una industria verde o que usa empaques reciclados”.

En entrevista con La Jornada, menciona que además de los métodos para el lavado de cara, las empresas se amparan contra políticas públicas que buscan el bienestar de la población, como el etiquetado frontal. “Son acciones que deben evidenciarse”, enfatiza.

Elaborar estas políticas en pro del derecho a la salud es una “tarea que cuesta mucho esfuerzo para los gobiernos, y que muchas veces el sector de ultraprocesados busca parar, pero debemos actuar para que no se salgan con la suya”.

Alejandro Calvillo, director de la organización El Poder del Consumidor, denunció recientemente que por un acuerdo de la Secretaría de Economía se suspendió por dos años, hasta enero de 2028, la entrada en vigor de la tercera etapa del etiquetado frontal, con el que se haría aún más estricta la medición de nutrientes críticos en los productos, principalmente las grasas.

Campañas de lavado de cara

El colectivo GHAI refiere que un ejemplo de las campañas que promueve la industria como lavado de cara es la asociación estratégica de trasnacionales, como PepsiCo, con instituciones culturales y educativas.

En el caso de México, en mayo de 2021, el Museo Memoria y Tolerancia lanzó junto con PepsiCo la campaña Doritos Rainbow, para “ofrecer más espacios de expresión, entendimiento y visibilidad de y para la comunidad LGBT+”, dice la empresa en un comunicado oficial.

Romero Gallardo, especialista en temas de defensa del territorio y resistencias socioambientales, precisa que sólo en Chiapas, el corporativo que más financia programas sobre la crisis hídrica es Fomento Económico Mexicano (Femsa), la más grande embotelladora de productos de Coca-Cola a escala mundial, además de poseer la cadena de tiendas de conveniencia Oxxo.

Es una paradoja, asegura, pues es la industria que “más consume agua, pero al mismo tiempo es la que más invierte para la crisis del líquido. Esto tiene que ver con la idea de adaptarse al mercado y tener una imagen de ser socialmente responsable y ecológicamente sostenible”.

Por su parte, Barquera Cervera subraya que la industria de los ultraprocesados tiene un “gran poder económico y capacidad muy fuerte de convertirlo en poder político”. Frente a ello, urgió a gobiernos, investigadores y a tomadores de decisiones a generar estrategias públicas basadas en evidencia científica y sin conflictos de intereses que nos dejen “alejarnos de este sector”.

El impacto en la salud de los productos procesados, reitera, “nos está generando muchos daños y gastos como país, además de acarrear problemas de salud y en el bienestar de las familias mexicanas”.

En este contexto, Romero Gallardo apunta que comer “también es un acto político, sobre todo desde la perspectiva de a quién le compramos, qué adquirimos y qué decidimos comer”. Explica que son los sectores campesinos los que siguen alimentando al mundo, y “muchas veces la gente compra su manzana, la come y no es consciente de todo el proceso que está detrás”.

Sucede lo mismo cuando abres la llave del agua o compras una botella y bebes de ella, sin saber toda su elaboración. “Es importante reconectar entre el momento final del consumo y el primero de la producción. Tener ese enlace social con las personas que las generan y lo que hacen para obtenerlos”.

Agrega que las narrativas de las industrias tanto de bienes como de alimentos “han generado un discurso esquizoide que ha trasladado la idea al cliente de que puede seguir comprando lo que quiera, pero al mismo tiempo ser parte de la solución ambiental adquiriendo productos reciclados o sustentables, pero sin cambiar su lógica del consumo”.

Para el investigador el mensaje de las empresas es claro: “no dejo de producir, al contrario, lo hago más. No dejo de contaminar, mantengo mi producción tanto en uso de petróleo como de energías renovables, pero tú consumidor tienes más oferta para decidir si quieres seguir en lo clásico o ser una persona moderna del siglo XXI, socialmente responsable, ecológicamente sostenible, culturalmente diverso y abierto a los géneros múltiples que hay en este momento. Todo es un discurso de mercado que se abre a las preocupaciones sociales, pero sin cambiar nada”.

También realizan programas donde te piden “juntar tapitas de productos para ayudar a comunidades de bajos recursos o solicitar donar para actividades filantrópicas y por ahí evadir impuestos, es decir, a ti consumidor te ofrezco todo este tipo de mercancías para generar de satisfacción contigo mismo al ser social y ecológicamente responsable, es decir, son ofertas de mercado que se crean para tener consumidores cómodos”, concluye.

Con información de: https://www.jornada.com.mx/

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