Charlas de taberna | Dramas de la miseria humana | Marcos H. Valerio
En la colonia Ejidal El Pino, un rincón humilde del municipio de La Paz, Estado de México, la vida de Noemí se quebró en mil pedazos. Su pequeño Fernandito, de apenas cinco años, fue hallado sin vida en una vivienda, víctima de un acto tan cruel como incomprensible: Su secuestro y muerte a manos de prestamistas que lo tomaron como “garantía” por una deuda de mil pesos que su madre no pudo pagar.
Un dolor que no encuentra consuelo y de una comunidad que exige justicia. Noemí, una madre trabajadora de la colonia Ejidal El Pino, nunca imaginó que una deuda de mil pesos, una cantidad que para muchos parece insignificante, se convertiría en la sentencia de muerte de su hijo.
La mañana del 28 de julio, dos mujeres, Ana Lilia N y Lilia N, tocaron a su puerta. No era una visita de cortesía. Venían a cobrar, con rostros endurecidos y palabras cortantes, una deuda que Noemí, atrapada en la precariedad, no podía saldar.
“No tengo el dinero”, les dijo, con la voz temblorosa pero firme. Lo que siguió fue un acto de una crueldad indescriptible: las mujeres, acompañadas por Carlos N, se llevaron a Fernandito, el pequeño de cinco años que jugaba despreocupado en casa.
“No te lo devolvemos hasta que pagues”, le advirtieron.
Los días que siguieron fueron un calvario para Noemí. Con el corazón en un puño, acudió una y otra vez a la casa donde retenían a su hijo, suplicando verlo, abrazarlo, saber que estaba bien. Pero las puertas se cerraban y las respuestas eran evasivas.
La angustia la consumía. “Era mi pequeño, mi todo”, diría después, con los ojos inundados de lágrimas.
Noemí no se rindió. El 4 de agosto, armada de valor, denunció el secuestro ante las autoridades, incapaz de soportar un minuto más de incertidumbre.
Ese mismo día, la verdad salió a la luz, pero no como Noemí hubiera querido. Policías de investigación, junto con elementos municipales, irrumpieron en la vivienda señalada, ubicada en la misma colonia.
Lo que encontraron heló la sangre de todos: el cuerpo sin vida de Fernandito, oculto en el inmueble, como si su existencia pudiera borrarse con la misma facilidad con la que se lo llevaron.
La Fiscalía General de Justicia del Estado de México (FGJEM) aseguró el lugar y detuvo a los tres implicados: Carlos N, Ana Lilia N y Lilia N. Ahora enfrentan un proceso penal por la desaparición y presunto homicidio del menor, mientras un juez en el Centro Penitenciario de Nezahualcóyotl decide su destino.
La noticia cayó como un rayo en la comunidad de El Pino. La indignación y el dolor se apoderaron de los vecinos, que no podían comprender cómo una deuda tan pequeña pudo desencadenar una tragedia tan grande. Noemí, devastada, alzó la voz para exigir justicia.
“Quiero que paguen por lo que le hicieron a mi hijo”, dijo, con una mezcla de rabia y desolación. Su grito resuena en cada rincón de la colonia, donde el nombre de Fernandito se ha convertido en un símbolo de la fragilidad de la vida en un entorno donde la pobreza y la desesperación a veces abren la puerta a lo inhumano.
El gobierno municipal de La Paz, encabezado por la alcaldesa Martha Guerrero Sánchez, expresó su repudio al crimen y se comprometió a acompañar a Noemí en su búsqueda de justicia.
Asimismo, el ayuntamiento aseguró que el Sistema Municipal para el Desarrollo Integral de la Familia brindará apoyo psicológico y jurídico a la familia.
“Compartimos la indignación de la ciudadanía”, señaló Martha Guerrero, prometiendo un seguimiento cercano al caso. Pero más allá de las promesas y los procesos legales, queda el eco de una tragedia que no debería repetirse.
Fernandito, un niño de cinco años, lleno de sueños y risas, fue arrancado de su madre por una deuda que nunca debió costar una vida.
En la colonia Ejidal El Pino, donde las casas humildes guardan historias de lucha, el recuerdo de Fernando se convierte en un recordatorio doloroso: La justicia debe llegar, no solo para castigar a los culpables, sino para garantizar que ningún otro niño pague el precio de la crueldad humana. Noemí, con el alma rota, sigue adelante, aferrándose a la memoria de su pequeño y a la esperanza de que su muerte no sea en vano.