Charlas de taberna | “Dios o el diablo puso a mis violadores para que los matara”: “Hello Kitty” | Marcos H. Valerio
En las entrañas de la colonia Guerrero, en pleno corazón de la Ciudad de México, donde las calles guardan secretos y las noches son un lienzo de supervivencia, María Elena «N», conocida como “Hello Kitty”, tejió su historia con hilos de dolor, venganza y redención.
Actualmente, en el penal femenil de Santa Martha Acatitla, comenta parte de su sobrevivencia. Siempre dice, se mantiene drogada, “pues así vive en su mundo, un espacio donde no tiene límites, y no hay la diferencia entre lo bueno y lo malo”.
Entre historia contadas de manera incompletas, lo que en ocasiones dificulta entenderlas, inicia su charla: A sus 50 años, esta mujer, cuyo cuerpo es un mapa de cicatrices y tatuajes, purga una sentencia de 6 años y 8 meses. Tras haber enfrentado una condena inicial de 135 años.
“Peleé por mi justicia, y en dos años seré libre”, asegura, mientras su voz, áspera y cargada de vida, resuena entre los muros fríos de la prisión.
María Elena no es una desconocida en las crónicas de la calle. Hace una década, su nombre resonó en la Guerrero, donde, en situación de calle, se prostituía para sobrevivir.
“Mi cuerpo es un mapa de recuerdos”, dice, mostrando los tatuajes que marcan su piel: Un moño representa cada vida que segó. “La gente se tatúa cuando mata. Yo también”, confiesa sin titubear, mientras su mirada se pierde en un pasado que no la suelta.
Su vida comenzó a desmoronarse a los 10 años, cuando huyó de casa tras ser agredida sexualmente por su hermano. “Se lo dije a mi mamá, pero no me creyó”, recuerda.
Las calles de la Guerrero se convirtieron en su refugio y su condena. Ahí, entre sombras, aprendió a tallar artesanías, incluso pipas con huesos de pollo para drogarse.
“A los 10 años me perdí tres días, luego una semana, un mes, hasta que fueron cinco años lejos de casa”, relata. La calle la endureció, asegura que aprendió primeros auxilios, se enseñó a curar heridas, desde cortes pequeños hasta extraer balas, y bajo el flujo de estupefacientes, a los 17 años, privó por primera vez a una mujer.
Su madre, quien no podía poner límites, decidió internarla en un anexo, a los 11 años de edad. Recuerda que hasta ese momento no consumía drogas. Ahí conoció a su primera pareja, un hombre de 33 años, con quien tuvo un hijo a los 13.
Ese niño, fruto de un amor desigual, murió tras los golpes de su esposo. Más tarde, una segunda violación, esta vez por su padrastro, dio lugar a su hija.
“Me pegaba cuando mi mamá no estaba. Supe que estaba embarazada a los siete meses”, dice. Sus hijos, hoy adultos, saben de su pasado en la prostitución, y una de sus hijas adoptivas, a los 18 años, siguió sus pasos.
La vida de “Hello Kitty” está marcada por un episodio brutal que aún la persigue. Hace años, un cliente la llevó a un departamento en la Guerrero. Allí, con otros cuatro hombres la sometieron, la ataron a una cama y la violaron durante días. La golpearon con cinturones, chanclas y un polín.
“No fui la única. Muchas compañeras pasaron por lo mismo”, asegura. Una semana después, un descuido de sus captores le permitió escapar. Desnuda, con un babero de una frutera y una bolsa de basura como única protección, buscó ayuda. Los patrulleros, al saber que era prostituta y vivía en la calle, le dieron la espalda.
Un mes después, recuperada de los golpes, volvió a las calles. Fue entonces cuando el destino, o como ella lo llama, “Dios o el diablo”, puso a tres de sus agresores en su camino en diferentes momentos, por lo que tuvo la oportunidad de vengarse, de matarlos.
Los reconoció por sus tatuajes. “Me pidieron el servicio. A uno le gustaba el masoquismo. Lo até con sábanas, le tapé la boca”, relata. Tras enfrentarlo, lo mordió, rasgó sus piernas con cuchillos y, tras un descanso macabro en el que incluso durmió, lo castró. Murió desangrado. “Me drogué para olvidar”, admite. Así cayeron los tres, uno a uno. Asegura que el 26 de noviembre de 2020, fue cuando mató al último.
Hoy, en el penal, María Elena vive drogada. “No me gusta estar sobria. Siento lo que está bien y mal. Drogada, vivo sin límites, en mi mundo”, confiesa. Se declara “50 por ciento de Dios, 50 por ciento del diablo” y asegura que pertenece al infierno.
Sin embargo, sueña con salir para conocer a sus nietos. Aunque pensó en ajustar cuentas con su hermano, hoy dice que no hará nada. “Ya no vale la pena”, admite.
Con una condena reducida tras pelear su caso, “Hello Kitty” espera su libertad en dos años. Su vida, un mosaico de violencia, resistencia y supervivencia, queda grabada en su piel y en las calles de la Guerrero, donde su nombre aún resuena como un eco de justicia cruda y personal.