Charlas de taberna | Rostro del racismo en la «Rosa de Guadalupe» | Por: Marcos H. Valerio
En el corazón de la Roma-Condesa, esa zona de la Ciudad de México donde el glamour se mezcla con la bohemia y los edificios modernos conviven con el eco de lo tradicional, ocurrió un incidente que ha sacudido las redes sociales y la conciencia colectiva.
Una mujer, identificada como Ximena Pichel, se convirtió en el epicentro de una tormenta mediática tras agredir verbalmente a un oficial de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC-CDMX). Lo que comenzó como un intento rutinario de colocar un inmovilizador a su Mercedes-Benz por no pagar el parquímetro, escaló a un espectáculo de racismo y clasismo que ha indignado a miles.
Ximena Pichel no es una desconocida. Modelo de la marca Pantene, su rostro ha aparecido en comerciales que prometen brillo y fortaleza. También ha participado en programas de Televisa, como La Rosa de Guadalupe, ese melodrama que intenta retratar las luchas cotidianas de los mexicanos.
Lleva 30 años viviendo en México, tras haber residido en Poza Rica, Veracruz, y según información que circula en redes, estuvo o está casada con un hombre llamado Aarón Beas. Su vida, hasta ahora, parecía encajar en el molde de una figura pública que se mueve entre reflectores y exclusividad. Pero el sábado 5 de julio de 2025, en la calle Alfonso Reyes de la colonia Condesa, Ximena mostró un lado que no aparece en los guiones de televisión ni en las campañas publicitarias.
El video, grabado por testigos y difundido como pólvora en redes sociales, muestra a una Ximena visiblemente alterada, gritándole al oficial de tránsito: “¡Odio a los negros como tú, los odio por nacos!”. Las palabras, cargadas de veneno, no solo eran un insulto personal, sino un ataque directo a la dignidad de un hombre que, con paciencia admirable, intentaba hacer su trabajo.
En las imágenes, se ve también a un joven, presuntamente su hijo, grabando la escena y encarando al agente con actitud desafiante, mientras Ximena, desde su auto de lujo, continuaba con una retahíla de improperios: “pinche negro”, “culero”, “perro”. Cada palabra, un puñal. Cada grito, un recordatorio de que el racismo y el clasismo siguen siendo heridas abiertas en nuestra sociedad.
El oficial, identificado en algunos reportes como Carlos, respondió con una calma que contrasta con la violencia verbal de su agresora. “Además eres racista”, le dijo, mientras ella, lejos de retractarse, redobló su ataque: “¡A huevo, odio a los negros como tú!”.
La escena, captada en múltiples ángulos por celulares de transeúntes, no solo expuso a Ximena Pichel, sino que abrió un debate urgente sobre la tolerancia al racismo en México. Porque no se trata solo de un berrinche por una multa. Es un reflejo de una mentalidad que clasifica a las personas por su color de piel, su origen o su posición social, y que se siente con el derecho de humillar a quien considera “inferior”.
La Roma-Condesa, con sus cafeterías de especialidad, sus edificios art déco y su aura de modernidad, no está exenta de estas tensiones. La gentrificación, que ha transformado estas colonias en un imán para extranjeros y nómadas digitales, ha generado fricciones con los habitantes tradicionales.
El caso de Ximena Pichel, identificada como argentina-mexicana, aviva este debate. Su actitud no solo representa un acto de violencia verbal, sino que pone en evidencia los privilegios que algunos asumen como derecho inalienable, incluso a costa de la dignidad de otros.
El Gobierno de la Ciudad de México, a través de la Instancia Ejecutora del Sistema Integral de Derechos Humanos (IESIDH), condenó enérgicamente el acto. En un comunicado, señaló que el racismo es una forma de violencia que atenta contra la dignidad humana y vulnera el principio de igualdad reconocido en el marco normativo nacional e internacional.
La Fiscalía General de Justicia de la CDMX ya abrió una carpeta de investigación para deslindar responsabilidades. Sin embargo, la pregunta persiste: ¿es suficiente?
La libertad de expresión, un pilar de cualquier sociedad democrática, no es una carta blanca para denigrar. Ximena Pichel no solo cruzó la línea de lai decencia, sino que violó principios fundamentales de respeto y convivencia. La autoridad, representada por el oficial de la SSC, no debería estar condenada a “aguantar” insultos como parte de su labor.
Racismo, clasismo y violencia verbal deben tener consecuencias reales, no solo en el ámbito legal, sino en el social y cultural. Porque tolerar estas actitudes es perpetuar un sistema que normaliza la discriminación.
En las redes, Ximena Pichel ya ha sido bautizada como #LadyRacista, un apodo que resuena con otros casos de prepotencia que han marcado la memoria colectiva de la ciudad. Su vehículo, un Mercedes-Benz con placas de Morelos y 26 infracciones pendientes, según reportes, es un símbolo de esa impunidad que muchos critican.
Pero más allá de la anécdota, este incidente debe ser un punto de inflexión. Urge que las autoridades apliquen la ley con todo su peso, que las sanciones no se queden en el papel, y que la sociedad, desde sus trincheras, rechace cualquier forma de discriminación.
Ximena Pichel, con su historial de reflectores y privilegios, ha quedado expuesta no solo como una figura pública, sino como un reflejo de lo que no queremos ser como sociedad. Su caso no es solo una crónica urbana de un día de furia en la Condesa; es un recordatorio de que el racismo y el clasismo no son problemas del pasado, sino heridas vivas que exigen acción, reflexión y un compromiso colectivo para sanarlas.