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Se aproxima Nascar, carrera salvaje

Ciudad de México, 06 de mayo de 2025.- Desde que el rugido de los monoplazas de Fórmula Uno regresó a la Magdalena Mixhuca en 2015, el Autódromo Hermanos Rodríguez se ha convertido en un santuario anual de velocidad, estrategia y precisión quirúrgica. Pero en junio, ese mismo trazado será invadido por una especie automotriz completamente distinta: musculosa, ruidosa, impredecible y salvaje. Por primera vez en la historia, la NASCAR Cup Series celebrará una carrera puntuable fuera de Estados Unidos y lo hará en el corazón de la capital mexicana.

Lo que está por vivirse no es una variante tropical del automovilismo estadunidense. Es el auténtico icono cultural sobre ruedas que ruge Made in USA. Porque si la Fórmula Uno desfila con sinfonías aerodinámicas, la NASCAR entra con guitarras eléctricas y chamarras de cuero. Son vehículos rock and roll, que no piden permiso para pasar, sólo toman el lugar.

Los autos que aterrizarán en el NASCAR Mexico City Weekend, del 13 al 15 de junio, no son lentos ni torpes. Son como toros desbocados de más de 1,500 kilos que en plena Ciudad de México, a 2,240 metros de altitud, alcanzarán velocidades de hasta 305 kilómetros por hora (190 mph), de acuerdo con proyecciones de la categoría a las cuales Excélsior tuvo acceso.

En el resto del trazado capitalino, las cifras siguen siendo asombrosas para máquinas tan grandes y pesadas. En las curvas T3 y T4, los autos rodarán entre los 265 y 273 km/h. En la sección del Estadio GNP, el templo donde los monoplazas de F1 bajan la marcha y se deslizan ceremoniosos entre gradas, los NASCAR mantendrán ritmos de 241 a 249 km/h. Donde otros levantan el pie, ellos siguen pisando el pedal sin miedo a nada.

La altitud jugará su papel. El aire enrarecido reducirá la potencia de los motores V8, que ya de por sí compiten sin asistencia electrónica. En esta categoría no hay híbridos ni mapas de gestión energética. Hay puños, reflejos y decisiones en fracciones de segundo. En NASCAR, el desgaste es técnico, emocional y muy físico. Es un maratón dentro de una bestia de más de una tonelada.

No basta con ser rápido: hay que sobrevivir a una batalla en pista. Aquí los autos se golpean, se rozan, se empujan buscando llegar primero, como si se tratara de alcanzar el torniquete cuando sales de los vagones del metro de la Ciudad de México.

Las defensas laterales de los autos se arrugan como papel aluminio. Las salpicaderas vuelan. Los radiadores hierven. Y aun así, el que tenga más mentalidad cruzará primero.

Aunque las velocidades no superan las que alcanza un monoplaza de Fórmula Uno (372 km/h en rectas como las de Monza) o un IndyCar en óvalos como Indianápolis (380 km/h), los stock cars de NASCAR traen otro tipo de espectáculo. Uno que se mide menos en cronómetros y más en rugidos, sudor y olor a caucho quemado.

En NASCAR no sólo importan las agujas golpeando con la parte final del velocímetro. Es una categoría que la emoción no depende exclusivamente de la telemetría. Que un sobrepaso puede doler más que emocionar. Que un auto sin un pedazo de defensa puede ganar la carrera. Que una curva ciega, tomada a 270 kilómetros por hora con un rival respirando en la ventana lateral, vale más que un rebase a 200 kilómetros con DRS.

La NASCAR Cup Series no sólo viene a correr. Viene a marcar territorio. A demostrar que la velocidad también puede oler a gasolina cruda. Que el drama se puede medir en rayones de pintura y abolladuras.

Y quizás, después de junio, la Ciudad de México descubra que hay otra forma de vivir la velocidad. Una que no es elegante, pero sí brutalmente humana.

Con información de: Excelsior

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