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25 años de la Guerra del Agua

Ciudad de México, 02 de mayo de 2025.- Fue uno de los mayores parteaguas de nuestra historia reciente. Con epicentro en Cochabamba, Bolivia, la Guerra del Agua abrió un nuevo periodo en las luchas populares en América Latina. No sólo consiguió deslegitimar el neoliberalismo, sino que al colocar en el centro la horizontalidad y la obediencia de los dirigentes a las bases, marcó a fondo el ciclo de luchas que se abrió en 2000 y culminó con la caída de los gobiernos privatizadores.

En la Guerra del Agua confluyeron los campesinos regantes, los barrios de Cochabamba que habían creado sistemas de agua propios y los sindicatos más importantes de la ciudad, una alianza casi irrepetible, pero capaz de mostrar toda su potencia en el despliegue de enormes movilizaciones que neutralizaron la represión y forzaron al gobierno a suspender la privatización del servicio de agua potable, que se había otorgado a la multinacional Bechtel con apoyo del Banco Mundial.

En la zona sur de la ciudad, los migrantes de la región andina que ya habían levantado sus viviendas, abierto sus calles y comenzado a construir servicios, empezaron a organizarse en sistemas de agua. A través de aportes comunitarios construyeron sus fuentes de agua subterránea (perforación de pozos), sus tanques de almacenamiento y sus redes de distribución. Todo lo hicieron con espíritu solidario, sin ánimo de lucro y tomando resoluciones que estamparon en actas.

Las personas de la comunidad se encargaron de la administración de los sistemas de agua y se hicieron responsables de la parte técnica, capacitándose o pidiendo ayuda a especialistas. La rotación fue una práctica constante, ya que la población de la zona sur de la ciudad proviene de regiones campesinas y de mineros relocalizados, ambos sectores empapados de tradiciones y prácticas comunitarias. Mientras los mineros aportaron su larga y combativa cultura sindical, los campesinos volcaron su cosmovisión andina solidaria.

El primer sistema urbano de agua potable nació en 1990. Pude conocer a Fabián Condori, uno de sus fundadores, gracias a Óscar Olivera, que en esos años dirigía el sindicato de fabriles y desde allí jugó un papel muy destacado en la insurrección campesina, obrera y popular. “Cada familia aportaba un boliviano por mes para explosivos, herramientas y alquiler de oficinas. Cada familia tenía que cavar seis metros por mes a medio metro de profundidad, todo en terreno de roca, un trabajo muy duro y lento que les demandó tres años de esfuerzos”, explicó don Fabián.

Durante los tres años que demandó el trabajo realizaron 105 asambleas, una cada 10 días. “El problema es que la gente no descansaba, venía de su trabajo a darle, cada familia tenía que aportar 35 jornadas de trabajo de ocho horas, podía trabajar cualquier miembro de la familia, pero mayormente trabajaron las señoras. Todo el mundo estaba con ampollas y muy cansados. Pico, pala, carretilla, cernir tierra, compactar, era mucho, mucho trabajo. Me di cuenta de que la mujer es más trabajadora”, recordó Fabián cuando ya rondaba 80 años.

La otra vertiente, los regantes, son campesinos agricultores que tienen sus propias fuentes de agua, como ríos, lagunas y pozos, que administraban desde antes de la llegada de los españoles. Debieron organizarse a escala regional para superar la fragmentación. Durante cuatro años, entre 1994 y 1998, las asociaciones locales de regantes desarrollaron la “guerra de los pozos” en defensa de sus fuentes, que redundó en un fortalecimiento de las asociaciones y una creciente coordinación regional.

Cuando se acercaba la firma de la privatización de todo lo que habían construido durante décadas, campesinos y barrios urbanos formaron la Coordinadora en Defensa del Agua y la Vida, una confluencia entre dos culturas organizacionales y de lucha muy similares, ancladas en la autonomía de cada colectivo local y en la coordinación para la lucha con muy bajos niveles de burocratización o, si se prefiere, donde la democracia directa jugaba un papel importante.

La Coordinadora dirigió los bloqueos, las concentraciones y el conjunto de luchas que en abril de 2000 consiguieron una contundente victoria, mostrando al mundo que “sí se puede” si hay organización y decisión colectivas. Ese año se produjo el levantamiento de las comunidades aymaras del Altiplano boliviano y al año siguiente la insurrección del pueblo argentino, el 19 y 20 de diciembre de 2001, una verdadera oleada de victorias desde abajo.

Los guerreros del agua pronto percibieron que no estaban ante la tradicional alternativa privado-estatal, siempre limitada y confusa. Plantearon la propiedad “comunitaria” para gestionar el servicio de agua, para no depender del Estado, sino de la población organizada. No es pública aunque, según la legislación y cierta izquierda, sería “privada”; como todo lo que no es estatal en esa visión del mundo.

Sobre todo, mostraron que se puede luchar sin caudillos, ni partidos, y que el pueblo organizado es capaz de grandes triunfos por sí mismo.

Con información de: La Jornada

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