Charlas de taberna | Ídolo hidalguense y de plata que nunca morirá | Por: Marcos H. Valerio
En un México donde el arte, el deporte y la ficción se entrelazan para crear leyendas, emergió un titán que los unió a todos: El Santo, “el enmascarado de plata”. Luchador que con su máscara plateada, su físico imponente y su moral inquebrantable no solo conquistaron cuadriláteros, sino que se grabaron en el corazón de un país.
Rodolfo Guzmán Huerta, nacido el 23 de septiembre de 1917 en Tulancingo, Hidalgo, transformó su humilde origen en un mito eterno, un símbolo de justicia que trasciende en el tiempo.
NACIMIENTO DE UN ÍCONO
En los turbulentos años 30, un joven Rodolfo comenzó a forjar su destino en los gimnasios de lucha libre. En 1942, debutó como “El Santo”, un nombre que pronto resonaría en cada rincón de México. Con más de 10 mil combates, su legado en la lona es inigualable: campeonatos, victorias épicas y una máscara que jamás fue arrancada.
“No era solo un luchador, era un símbolo nacional”, afirmó el cronista José Ángel «Mantequilla» Nápoles. En la Arena México, El Santo no solo peleaba; construía un evangelio de honor y resistencia.
“BLUE DEMON”: EL RIVAL QUE ERA HERMANO
En el ring, “Blue Demon” fue su némesis, un adversario que encendía pasiones con cada llave y contrallave.
Sus combates eran poesía violenta, una danza de titanes que llenaba arenas y corazones. Pero tras bambalinas, la rivalidad se transformaba en respeto.
“Éramos fuego en el cuadrilátero, pero fuera de él, sabíamos que juntos elevamos la lucha libre a otro nivel”, confesó “Blue Demon” en 1985. Juntos, protagonizaron películas y construyeron una narrativa dual que dio identidad a la lucha libre mexicana. Eran opuestos complementarios, como el sol y la luna.
HÉROE DE LA PANTALLA GRANDE
“El Santo” no se conformó con dominar el ring. En 1958, con “Santo contra el Cerebro del Mal”, irrumpió en el cine, iniciando una saga de más de 50 películas que mezclaban lucha, ciencia ficción y aventura. Enfrentó vampiros, momias, científicos locos y hasta nazis, siempre con su capa y su máscara como estandartes de justicia.
Sus cintas, de bajo presupuesto pero inmenso corazón, se proyectaron en más de 30 países, dobladas al francés, japonés y árabe. “El Santo” no era solo un luchador; era un embajador cultural, un superhéroe de carne y hueso que México regaló al mundo.
LA GLORIA NACIONAL
En los años 70 y 80, Televisa convirtió a “El Santo” en un pilar de la identidad mexicana. Sus apariciones en programas especiales, homenajes y entrevistas (siempre enmascarado) lo elevaron a la categoría de mito viviente.
La lucha libre, gracias a él, dejó de ser un espectáculo de barrio para convertirse en una telenovela nacional, un ritual familiar que unía generaciones. El Santo era el protagonista indiscutible, el rostro plateado que representaba la lucha del bien contra el mal.
ADIÓS INOLVIDABLE
La máscara de “El Santo” era más que tela; era un voto sagrado. Sin embargo, el 26 de enero de 1984, en el programa de Jacobo Zabludovsky, Rodolfo Guzmán hizo lo impensable: se quitó la máscara por unos segundos.
Fue un gesto íntimo, un adiós silencioso. Una semana después, el 5 de febrero, un infarto apagó su corazón. México lloró a su héroe, pero su legado no murió.
Fue enterrado con su máscara, invicto hasta el final, el último superhéroe de un país que aún lo venera.
LEGADO QUE VIVE
Detrás del mito estaba Rodolfo, un hombre sencillo, padre de once hijos. Uno de ellos, “El Hijo del Santo”, heredó la máscara y ha defendido su legado con orgullo, convirtiendo el nombre en una marca que abarca cómics, coleccionables y documentales. La familia Guzmán ha preservado la mística de El Santo como un tesoro nacional.
Sus colegas lo recuerdan con reverencia. “´El Santo´ nos enseñó que el personaje puede ser más grande que el hombre”, dijo “Tinieblas”. Mil Máscaras añadió: “Su disciplina era legendaria. Nunca rompió el personaje”.
En 2017, el Instituto Nacional de Bellas Artes celebró su centenario con una exposición, declarando: “El Santo es patrimonio popular mexicano”.
MITO ETERNO
Hoy, la máscara plateada de El Santo sigue brillando en camisetas, tatuajes, murales y festivales de cine. Es un ícono que inspira a artistas, académicos y hasta a Quentin Tarantino.
Su vida es un testimonio de pasión, ética y resistencia, un recordatorio de que un hombre humilde puede convertirse en leyenda. En cada llave, en cada película, en cada latido de México, “El Santo” sigue luchando. Porque los héroes de verdad nunca mueren…