Colaboraciones

Charlas de taberna | Por: Marcos H. Valerio | Se aparece la llorona en Xochimilco

En algún momento todos hemos visto alguna película en donde la trama principal eran los viajes en el tiempo, estas maravillosas aventuras donde el protagonista tenía la posibilidad de regresar unos años, llegar a otras culturas o conocer a sus antepasados, todos hemos soñado con poder hacer esta historia realidad, pero ¿qué sentirías si te contamos que esto es posible en Xochimilco?, al asistir a “La Leyenda de la Llorona, la Cihuacóatl”.

El punto de encuentro es en el embarcadero Fernando Celada, casi a la entrada del centro histórico de la alcaldía de Xochimilco, de ahí, se accesa en trajinera, al lugar del escenario: en la Isla del Toro. Sólo teniendo como guía la luz de la luna, unas cuantas lumbreras entre las chinampas y bajo el cantar de los grillos y uno que otro ladrido de perros.

Pocos saben que la leyenda de la Llorona tiene su origen en la época prehispánica. Incluso, el fraile Diego Durán asegura en el libro Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme que el llanto vaticinaba la caída del imperio azteca.

Para muchos investigadores y cronistas, la mujer que sufría era la diosa Tonantzin (nuestra madre venerada), quien 10 años antes de la llegada de los españoles a América presagiaba la destrucción de Tenochtitlan, peor aún, su llanto profetizaba masacres y vejaciones contra sus hijos, por lo que Moctezuma II lo interpretó como una advertencia divina.

Fray Bernardino de Sahagún coincide con dicha versión al comentar que, al convivir con indígenas del lugar, le explicaron que una mujer husmeaba por las noches entre los canales y lago de Texcoco, entre sus gemidos y lloriqueos se escuchaba:

“¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!”. Otras ocasiones gritaba: “Hijitos míos ¿a dónde os llevaré?”. Estos quejidos, se decía, retumbaban con el aire.

De acuerdo a Luis González Obregón en su libro Las calles de México expone que la leyenda tomó auge en la época de la Colonia, a mediados del siglo XVI, donde los habitantes de la Nueva España aseguraban escuchar gemidos de una mujer durante la madrugada. En este tiempo ya le daban el nombre de La Llorona.

Otros cronistas relacionan la leyenda con Malintzin (la Malinche), quien fungió como intérprete de Hernán Cortés ante los aztecas y quien después de su muerte (1529), su alma empezó a penar por el lago de Texcoco, ya que sentía culpa por ayudar a los españoles durante la Conquista.

En esa misma época también se comentaba que una indígena se enamoró de un español con el que engendró tres hijos, sin embargo, él nunca le propuso matrimonio y la abandonó para casarse con una española. La mujer, al enterarse, ahogó a sus hijos en el lago de Texcoco. Posteriormente, se suicidó. Desde entonces, su alma vaga por las riveras de ríos, canales y lagos sollozando: “Ay, mis hijos!”

Durante la Colonia, la leyenda sufrió transformaciones, incluso en su vestimenta, ya no usaba huipil de diosa prehispánica; ahora, aseguraban, portaba un vestido blanco y velo parecido al que utilizan las novias o vírgenes españolas, quien recorría las calles del centro y llegaba a la Plaza Mayor, donde se hincaba y volteaba hacia el oriente para gritar su angustioso lamento. Después continuaba su andar hacia las orillas del lago, donde desaparecía.

Se narra que quienes se atrevían a seguirla lo hacían a larga distancia, la claridad de la luna reflejaba la blancura de sus atuendos, quien nunca se veía caminar sino deslizarse entre el empedrado y el agua del lago, para después desvanecerse.

Actualmente, se dice, aparece en las orillas de los ríos, lagos, incluso entre los canales de Xochimilco, en sembradíos o angostas calles de comunidades, cada vez menos en las grandes urbes; sin embargo, esta leyenda perdura hasta nuestro tiempo.

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