17 de Septiembre 2015. Hace 30 años, después de ocurrido el sismo, y sus réplicas, de 1985, físicos de la UNAM buscaron respuestas para saber por qué el efecto había sido tan devastador en ciertas zonas de la ciudad de México.
Junto con Octavio Novaro y Thomas Seligman, Jorge Flores llevó a cabo un estudio que resultó en un modelo físico que explicaría por qué en ciertas zonas de la ciudad cayeron más edificios que en otros; un modelo que coincidía con el mapa de daños publicado tras el terremoto.
“Cuando ocurrió el sismo todo el mundo quería averiguar por qué había provocado tales daños”, señala en entrevista Jorge Flores, investigador emérito del Instituto de Física de la UNAM. “¿Qué tenía de especial la ciudad de México?, ¿por qué si había muchas otras ciudades entre el epicentro y ésta, no fueron afectadas así?”.
Se llevaron a cabo seminarios y encuentros académicos en la UNAM, organizados por sus institutos de investigación afines al tema. Fue así como el grupo de Flores conoció a detalle sobre las características del subsuelo de la ciudad de México, construida sobre el lago desecado de Tenochtitlán y que era muy acuoso, puesto que era 90% agua en volumen.
“Entonces, empezamos a estudiarlo y nos dimos cuenta de otro detalle. Una semana después del sismo, El Universal publicó un mapa de daños que marcaba los cerca de 500 edificios que habían caído entre el 19 y 20 de septiembre de 1985”. Observó que los edificios desplomados se encontraban sobre lo que fue el lago de Tenochtitlán, en colonias como Del Valle, Condesa, Roma, el Centro Histórico…, mientras que en otras que estaban “fuera del lago” no había daños como en éstas.
RESONANCIAS. Un físico que ve este tipo de patrones en un mapa, dice Flores, se percata de que hay un efecto de resonancia, fenómeno que regularmente estudian en núcleos o membranas, por ejemplo. Los físicos averiguaron qué pasaría si resolvían las ecuaciones físicas de un espacio con la forma del lago de Tenochtitlán y, mediante el empleo de súper cómputo, observaron zonas donde el movimiento era muy intenso, zonas antinodales, y otras donde movimiento eran muy débiles, zonas nodales. Superpusieron este modelo encima del citado mapa de daños y se dieron cuenta de la coincidencia de resultados.
“Supimos así el mecanismo por el cual se generaron los destrozos: las ondas sísmicas se quedaron atrapadas en regiones de lo que fue el lago de Tenochtitlán, rebotando en las orillas, donde se apreciaban máximos y mínimos. En los máximos era donde se observaba que habían caído edificios y en los mínimos no”.
Jorge Flores refiere que desde niño recuerda cómo en cada temblor en la ciudad eran recurrentes los daños en zonas de la colonia Roma o aledañas al Ángel de la Independencia. “Ahora sé que se debe a que son lugares donde se dan los máximos del movimiento del suelo”.
El artículo de la investigación fue publicado en la revista Nature del número de abril de 1987, y fue el tema central de su portada. “A muchos no les gustó el modelo —quizá porque no se les ocurrió a ellos— pero creemos que es la única explicación de todo lo que ocurrió o puede ocurrir en un terremoto. Con éste demostramos además que no importa dónde se origine el sismo, da lo mismo en Michoacán o Acapulco, la respuesta es la misma”.
El físico emérito de la UNAM ha estudiado el tema y refinando su modelo físico. Tan sólo hace un par de años, su grupo de investigación publicó un estudio donde incluso relaciona el movimiento telúrico con un fenómeno de la física cuántica llamado resonancia gigante.
La acumulación de conocimiento e investigación que han desarrollado a lo largo de estas décadas, afirma, es evidencia para tener un entendimiento razonable sobre por qué los sismos en la ciudad de México tienen un efecto mayor.
“No todo mundo está de acuerdo conmigo, pero pienso que el modelo físico que tenemos de la respuesta del fenómeno sísmico del Valle de México es el correcto, cercano a la realidad y que puede explicar sus preguntas más importantes”.
Isaac Torres Cruz | La Crónica de Hoy
