Ecologia

Estrategias para un festín

04 de Enero de 2016.- No hay orcas en la literatura occidental. Aún cuando parecen seres míticos, con sus cuerpos elegantes, colores de panda y sonrisas de dientes puntiagudos, las ballenas asesinas no figuran como personajes de nuestras grandes novelas. Con todo, muchos hemos desarrollado una imagen suya a partir de películas, o sus actuaciones en acuarios como Sea World donde, para nuestra diversión, dan saltos o nadan en círculos incesantes dentro de diminutos estanques estériles. Sin embargo, algunos creen que las orcas cautivas sufren graves daños psicológicos debido a esa vida lastimosamente restringida. (Lee:Nacidos para ser libres)

Y eso es desgarrador. Al verlas en estado silvestre nos llevamos una impresión que ingenua exhibición puede capturar: la de su espíritu y sagacidad, su alegría y astucia, su amor por el mar abierto, la cacería y la vida.

Un día gélido me vi rodeada de cientos de ballenas asesinas blanquinegras (Orcinus orca, en realidad, la especie de delfín más grande); cruzaban las aguas del Andfjorden noruego como lobos veloces, unos 320 kilómetros al norte del círculo polar ártico. Sus lomos y altas aletas dorsales destellaban con las luces del Ártico zambullirse y emerger mientras trabajaban en equipos para acorralar, aturdir y devorar arenques plateados.

A veces, alguna golpeaba la superficie con la cola, como jugando a las palmas con el mar, pero también daban coletazos bajo el agua: presagios de muerte para los arenques, señala Tiu Similä, bióloga especializada en cetáceos que contribuyó a introducir el estudio de las orcas en Noruega y experta en un método de caza llamado alimentación en carrusel. La fuerza de esos golpes no siempre mata a los peces, agrega, aunque aturde a muchos y los vuelve presas fáciles. «Lo que vemos en la superficie sólo sugiere lo que ocurre abajo -prosigue-. Cada orca tiene una función,como en un ballet, de suerte que deben de moverse de manera muy coordinada, comunicarse y tomar decisiones sobre lo que harán después». Pese al gran número de arenques, a las orcas se les dificulta atraparlos, porque son presas rápidas que forman bancos defensivos semejantes a murallas, de modo que no pueden embestirlos y engullir gran cantidad de peces y agua, como hacen las ballenas barbadas o misticetos. Por ello, al igual que hacen los perros pastores con el ganado, arrean los bancos para formar grupos compactos los cuales pueden controlar. «Las orcas deben impedir que los arenques se sumerjan -dice Similä-, así que los obligan a dirigirse a la superficie y nadan a su alrededor para mantenerlos allí, en una esfera».

Los miembros de la manada se turnan para zambullirse por debajo del banco y rodarlo (carrusel de orcas); al pasar, sueltan burbujas, lanzan reclamos y muestran sus vientres blancos para atemorizar a los arenques.

Cuando el carrusel alcanza su máxima intensidad, los arenques saltan sobe la superficie del agua, en un desesperado intento por escapar. «Parece como si el mar hirviera», comenta Similä.

Cuando la manada logra controlar sus presas, una orca golpea el borde del banco con la cola. La comida está servida.

Con información de: NATIONAL GEOGRAPHIC

Autor: Virginia Morell

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