Colaboraciones

De camino a Plaza Juárez

 

“Ya sé que no soy un buen yerno soy casi un beso del infierno pero un beso al fin Señora…. Póngase un vestido viejo y de reojo en el espejo haga marcha atrás señora, recuerde antes de maldecirme que tuvo usted la carne firme y un sueño en la piel y un sueño en la piel, Señora…”
“Señora”… Joan Manuel Serrat.

La distancia que separa a la colonia Flores Magón de la Plaza Juárez no es mucha, acaso un kilómetro, mil metros que hoy recorreremos en el tiempo, un trecho que caminaremos viajando al pasado en el presente, presente que se impone para dar cuenta de lo que ya no está, de lo que se fue, de quienes se nos adelantaron.
Salimos de las “casitas” por Héroes de Chapultepec y el primer descanso lo hacemos en la esquina con Froylán Jiménez, para comprar una naranjada en “Casa Gume”, donde la más atenta fue Chelita. Una gran tienda de abarrotes y algo más que tenía buenos precios aunque el dueño, Luis, contraría ello con su fuerte carácter, al menos, el que le conocimos los chamacos. “Es renojón”.
Y más allá en la siguiente cuadra, Avenida del Trabajo, como no acordarnos de Don Quintín y las paletas de “Los Filarmónicos”. ¡Ahhh!, como olvidar las de limón, que sabían al cítrico y que eran preparadas sin mucho truco, la fórmula secreta del agua de limón.
Y en la acera poniente, no podemos dejar de mencionar “La Gacela” y su dueña doña Maty, más papelería que tienda, más tienda que papelería después, lo cierto es que ahí corrimos para comprar los sobres de las estampitas de aquellos álbumes tan ilustrativos que antaño se editaron: peces, piedras y metales, flores y plantas sin faltar, obviamente, los de las estampitas de luchadores que en planillas se “juntaban” para ganarse un premio que, casi siempre, escogimos entre las pelotas marca Saver, para jugar la “cascarita” en las recién pavimentadas calles de concreto, donde por cierto, pasaban pocos autos, donde “El pájaro azul”, panteón – centro, era el rey, pues cada 15 minutos, puntual, hacía “u” entre las 3 cuadras que forman ésta, la primera unidad habitacional en la capital Pachuca. ¡Ah!, también estaba la tienda de Beta, una mujer de carácter no muy agradable, que se convirtió en el amor inalcanzable, acaso heroína, de muchos de los mozalbetes que circulábamos por aquellos lares. Sí, ahí donde siempre ha estado el parque de la colonia Morelos, donde el único busto que del héroe de la Independencia hemos visto los capitalinos y los fuereños también. Claro, la escuela, una de las primeras como primeros centros de población fue esta conocida colonia, la “Teodomiro Manzano”, nada más, el nombre de un ilustre mentor, de los de “adeveras”, de los comprometidos, de los que sabían que no sólo era enseñar el abc sino también lecciones de vida, las que contemplaron el querer y la solidaridad humana.
Y siguiendo por Avenida del Trabajo hasta la calle de Narciso Mendoza, también pasábamos a saludar a nuestro vecino, Chapita, uno de los 3 mejores artistas del zapato que he conocido en mi vida, y ninguno de ellos, aclaro, vino de León, Guanajuato, a su hermana la maestra Chapita, mamá de Granados Chapa que también se paseó por el parque y conoció estos lares; a luego siguiendo de bajada topábamos con un terreno que circundaba, al menos sobre Carrillo Puerto, Héroes de Churubusco, y las calles mencionadas, el mercadito, que no es otro que el Mercado de la colonia Morelos, donde podías saludar a Nacho, el carnicero, después vendrían “Los Güeros” aunque sólo uno de ellos tuviera tez blanca; enseguida pasábamos a saludar al “Patito”, un hombre con enanismo, que se dedicó a comprar y vender revistas usadas, amén de metales como cobre, plomo y fierro. Con él, descubrimos que fue “El Chamaco”, Lorenzo y Pepita, Kalimán, Susy, Memín y Tagüa, Batú, Pepín y otros ejemplares y personajes de la cultura y literatura popular.
A los alrededores, no podemos dejar de mencionar “La Negrita”, tienda de vinos y licores donde comprábamos los pomos de nuestros jefes y ya después los de nosotros, un buen tipo su dueño, muy decente aunque con fuerte carácter, Don Ángel; la tortillería de “la Güera”, la eterna suegra de todos y ninguno, bueno del que si fue; de la tienda de chiles secos y semillas de Pablito, un tipo muy trabajador, muy risueño, muy amable. Superficie terrosa en la que puestos ambulantes de frutas y verduras tuvieron presencia y residencia. ¡Ah!, una cuadra, bueno, dos, en las que la feria en septiembre era todo un acontecimiento.
Ufff, serán los años pero apenas voy a medio camino y ya me cansé. Sigo por Narciso Mendoza, en la esquina, con Héroes de Churubusco, La Fortaleza, una papelería, después ferretería de la familia Trujillo; más delante, una tienda que nunca podré olvidar, “El Faro”, ahí compramos los Faritos, Carmencitas, Negritos, cigarrillos cómplices de nuestro andar. Y llegando a J. Barragán Hernández, un descanso, doblando a la izquierda, las mejores semilla de calabaza de la ciudad, con la doñita, Muñequita le decían años después, la misma que se enojaba si pedías un 20 o 30, centavos, de “pepitas”, mamá de Cirilo, señor al que hacíamos rabiar gritándole “Clavillazo”, por el eterno sombrero, al estilo de esta personaje cinematográfico que aún usa.
Y después por H. Colegio Militar,sólo nos llama la tienda de vinos y licores de la esquina, no por lo borrachos sino por la muchacha que atendió el negocio, atenta, trabajadora, bonita. Y unos metros adelante, ya en Iglesias, la tienda de la SAHOP, de las primeras departamentales de descuento del gobierno y a la que tenía acceso la población en general, más allá, Cuauhtémoc se atravesaba y con rumbo al este, la tienda de Don Tomasito, La Surianita, y frente a ésta, la escuela de monjas Francisco de Siles, luego la catedral de la lucha libre, Arena Afición, donde nos detuvimos cientos de martes a las 8:45 p.m, para ver al Santo, Mil Máscaras, Matemático, Dr. Warner, Solitario, Dos Caras, Blue Demon, Black Shadow, Tinieblas, Ray Mendoza, el Perro Aguayo, Gran Hamada y muchos más: “queremos ver sangre” y la respuesta inmediata del conocido, “vete al rastro”.
Y bueno, llegar a plaza Juárez, que todavía era una gran explanada en la que sólo la glorieta del monumento a Juárez, el Cecyt # 15 y la glorieta de la Revolución se hallaban, por separado, déjenme decirles. En los portales, la Dim Dim con los clásicos helados Yom Yom y la Luz Roja, la de los caldos de gallina y las tortas frías de asado, la tienda de Beto, y siguiendo el curso de las manecillas del reloj, la Gibor, papelería del estudiantado guinda blanco, y ahí, junto, en la equina con Xicoténcatl, un negocio de caldos de pollo y tacos dorados sin par, muy buenos pa la cruda, en “El Bimbo”, donde te atendían, como en el slogan actual de ese pan de caja, “con el cariño de siempre”; no sé si así se llamaba pero lo que sí puedo decirles es que muchas mañanas ahí desayunamos. Y en aquellas mañanas frías como las de hoy, corríamos ahí mismo a los portales a comprarnos una paleta de hielo, una de esas como de 15 centímetros que en forma de pirámide hexagonal, vendían y que degustábamos bajo el principio físico de los “polos iguales se repelen” o frío con frío se combate. En el sentido inverso, la otra arcada, la de la Casa de la Mujer Hidalguense y a poco, también el palacio de Gobierno, construido, literalmente, con el sudor del pueblo pachuqueño.
Ya frente a la escuela, la tienda de la Doña, con sus inmejorables tortas de queso de puerco y a unos metros, la cafetería de Telmita Madariaga, un encanto de mujer, una madre adoptiva de muchos de nosotros, un consejo y un consuelo muchas veces. Ahí las tortas eran de jamón. Y entre ambas, la casa de reparación de balones de Don Cruz; en la misma calle, el Deportivo de la Cía. Real del Monte, luchas gratuitas los domingos, frontenis a mano, básquet en cancha de duela con marcador electrónico, regaderas.
Una plaza Juárez, que dio albergue a la antigua estación del tren y al solar donde los circos, Unión y Atayde, llegaron cada año para presentar sus “escalofirantes” números: la cuerda floja y el triple salto mortal sin red; el lanzador de cuchillos, el globo de la muerte sin faltar los siempre reconocidos payasos y los enanitos con sus perritos amaestrados.
Un sinfín de sitios, personajes, detalles que tejieron la historia de muchos pachuqueños y de otros que aunque no de aquí, hicieron de la capital su casa, nuestra casa. Y mire que mi memoria es escaza y pocos los recuerdos, así que si a alguien olvidé, si de algún lugar me aparté, si la narración es inexacta, complete la historia, que es mía pero indudablemente, también de Usted.

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