Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por Marcos H. Valerio | Cuestión de fe.

Un niño protestante de seis años escuchaba a sus amigos católicos rezar el Ave María. Le gustaba tanto que lo memorizó, rezándolo a diario.

“Mira mamita, qué bonita oración”, expresó emocionado el infante.

“No la digas nunca más”, respondió tajante la madre. “Es una oración supersticiosa de los católicos que adoran ídolos y piensan que María es una Diosa, pero ella fue una mujer como cualquier otra”, agregaba mientras le daba la Biblia para que la estudiara.

El pequeño dejó de rezar el Ave María e inició su lectura bíblica. Un día leyó el pasaje del arcángel Gabriel sobre la Anunciación a la Virgen. Corrió en busca de su mamá para comentarle: “Encontré el Ave María en la Biblia y dice llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres”.

Preguntó ¿Por qué la llamaba una oración supersticiosa?, ella no contestó.

Posteriormente, descubrió la salutación (saludo) de Isabel a María, donde María anuncia, “desde ahora me llamarán la bienaventurada de todas las generaciones”. La leyó varias veces, no comentó nada a su madre, volvió a rezar el Ave María.

Un día, ya adolescente, su familia discutía sobre María, decían que fue una mujer común y corriente. El niño indignado contestó: “María no es cualquier hijo de Adán (hombre), manchado de pecado. El arcángel la llamó llena de gracia y bendita entre las mujeres. María es la madre de Jesús y en consecuencia, es la madre de Dios”.

El menor prosiguió: “No existe una dignidad más fuerte a la que pueda aspirar el hombre, pues el Evangelio dice que todas las generaciones la llamarán bienaventurada. Mientras que ustedes la menosprecian, su espíritu no es el espíritu del Evangelio ni de la Biblia que proclaman, es el fundamento de la religión cristiana”, acentuó.

La honda impresión causó que su madre llorara desconsolada. Temía que su hijo se hiciera católico. Efectivamente, su hijo se convirtió en uno de sus más fervientes apóstoles.

Años después, se encontró con su hermana ya casada. Ella lo rechazó indignada, “si algún hijo mío quisiera convertirse en católico, primero le enterraría una daga en su corazón que permitirle abrazar la religión de los papas”, exclamaba.

Un día, uno de sus hijos enfermó gravemente. Tan pronto se enteró su hermano fue al hospital y habló con la mujer.

“Hermana, tu deseas que tu hijo sane, entonces vamos a ponerlo en manos de la intercesora, recemos juntos un Ave María y promete a Dios que si tu hijo sana, estudiará la doctrina católica”.

“También, en caso de que concluyas de que el catolicismo es la única religión fundada por Cristo, tú la abrazarás”.

Su hermana aceptó y rezó un Ave María.

Conforme pasaron los días, con el cuidado de los médicos y la atención de las enfermeras el niño se restableció. La madre cumplió su promesa poniéndose a estudiar la doctrina católica y concluyó convirtiéndose al catolicismo con toda su familia,

“El niño protestante que se hizo católico y convenció a su hermana es el sacerdote que hoy les habla… Padre Francis Tuckwell”.

 

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