Colaboraciones

Charlas de taberna | Por: Marcos H. Valerio | Entre el cacao emerge calaveras que dan vida, aroma y sabor

En el corazón de Santa Cruz Acalpixca, entre canales y chinampas que evocan la antigua Tenochtitlán, Yolotzin Cecilia Flores celebra este octubre, 16 años transformando semillas de cacao en arte comestible.

A sus 31 años, empezó con apenas 15, junto a su hermana, en un negocio familiar. «Empecé muy chica», recuerda con una sonrisa que ilumina su taller, donde el aroma dulzón del chocolate puro impregna el aire.

Inicio elaborando calaveritas de chocolate para el Día de Muertos. Las comercializó en un negocio de flores de su prima.

«Iniciamos con ese producto porque siempre fuimos muy cercanas a la venta y al comercio», cuenta Yolotzin. Su familia tenía un puesto de flores en los mercados, y allí veían la efervescencia de la celebración: Ofrendas, colores, tradición.

Pero algo les llamó la atención. «Veíamos que vendían calaveritas de chocolate y quisimos indagar qué eran. Descubrimos que eran productos sucedáneos, es decir, imitaciones de chocolate», explica. Aquello las impulsó a diferenciarse: Elaborar artesanalmente, con ingredientes de alta calidad, productos gourmet que honran el cacao real.

Hoy, constituidas como sociedad cooperativa con 10 mujeres –todas ellas jóvenes y empoderadas–, transforman el cacao desde la semilla hasta el chocolate finito.

«Todo este proceso incluye las calaveritas, que ahora son la temática del Día de Muertos, pero tenemos un catálogo recurrente con derivados del cacao», detalla.

En esta temporada, ofrecen calaveritas, figuras alusivas a los fieles difuntos, decoradas como piezas de alfarería pero hechas de chocolate puro, con cintas y detalles manuales.

La más barata cuesta cuatro pesos; la más cara, 750. «Es muy grande, más que la cabeza de una persona adulta, con detalles hechos a mano», describe Yolotzin sobre esa pieza monumental.

El toque personal es su esencia. «Busco hacer una diferencia en el consumo de chocolates. La mayoría son sucedáneos, dulces que dan la falsa idea de que el chocolate es una golosina», reflexiona.

Su misión: acercar a niños, jóvenes y adultos al chocolate como alimento, de forma didáctica y lúdica.

«Queremos que conozcan sus procesos, que valoren lo artesanal». Conservan técnicas manuales inspiradas en cartonería y alfarería; cada pieza se moldea y pinta a mano. Una sencilla toma hora y media; una elaborada, como un cráneo detallado, requiere hasta dos días –»porque se derrite, se mancha, hay que ir poco a poco»–.

El crecimiento ha sido orgánico. Emplean a cinco mujeres jóvenes, a quienes transmiten el conocimiento cultural y técnico del cacao. «Compartimos lo que sabemos sobre la elaboración y su trasfondo», dice.

Su taller está en Santa Cruz Acalpixca, Xochimilco, pero los productos viajan lejos: venta en línea por Facebook (Xocolatl) e Instagram (Xocolatl.dulces10 o chocolate.dulces), con envíos a domicilio en la Ciudad de México o por FedEx a toda la República. Y en el centro de Xochimilco, en el barrio de la Asunción –Hidalgo número 38–, cuentan con una tienda física: No solo venden, sino que invitan a degustar en su cafetería y ludoteca.

Yolot… –así, con esa interjección casual que Yolotzin usa en su charla, como un puente entre lo cotidiano y lo profundo– resume una vida dedicada a revivir el xocolatl prehispánico en calaveras que ríen a la muerte.

En 16 años, de dos hermanas a una cooperativa de 10 mujeres, su historia es un testimonio vivo: El cacao no es golosina, es herencia, empleo y arte que endulza el alma mexicana. Este Día de Muertos, sus creaciones esperan en Xochimilco, listas para honrar a los que se fueron… y a los que siguen creando y por supuesto degustando.

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