La Inmaculada en el corazón y en las palabras de los Papas
Ciudad de México, 8 de diciembre de 2025.-En el camino del Adviento, la solemnidad de la Inmaculada Concepción invita cada año a la Iglesia a dirigir su mirada hacia María. Los antecedentes históricos relacionados con esta festividad se remontan al siglo XIX. El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX proclama este dogma de la fe católica. «La doctrina que sostiene que la Bienaventurada Virgen María, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en vista de los méritos de Jesucristo, salvador del género humano, fue preservada inmunede toda mancha de pecado original —se lee en la Constitución apostólica Ineffabilis Deus — ha sido revelada por Dios y, por lo tanto, debe ser creída firmemente e inviolablemente por todos los fieles». Tres años más tarde, en 1857, el Pontífice bendice e inaugura el monumento a la Inmaculada en la Plaza de España.
María inmune al pecado original
Cincuenta años después de la publicación de la bula Ineffabilis Deus, el Papa Pío X recuerda en la carta encíclica «Ad diem illum laetissimum» que Pío IX «declaró y proclamó como revelación divina por la autoridad del magisterio apostólico que María, desde el primer instante de su concepción, fue totalmente inmune al pecado original». «Si los pueblos creen y profesan que la Virgen María fue preservada de toda contaminación —se lee en este documento—, entonces es necesario que admitan el pecado original, la rehabilitación de la humanidad operada por Jesucristo, el Evangelio, la Iglesia y, finalmente, la misma ley del sufrimiento».
Inmaculada Concepción y asunción al Cielo
Pío XII, en la Constitución apostólica Munificentissimus Deus (1950), define que «la inmaculada Madre de Dios, siempre virgen María, una vez terminado el curso de su vida terrenal, fue ascendida a la gloria celestial en alma y cuerpo». Este dogma de la Asunción, cuya solemnidad se celebra el 15 de agosto, está estrechamente relacionado con el de la Inmaculada Concepción. «Por un privilegio totalmente singular —se lee en la constitución apostólica de 1950—, ella venció al pecado con su concepción inmaculada; por lo tanto, no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro, ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo solo al final del mundo».
Juan XXIII y las rosas a la Virgen
En 1958, el Papa Juan XXIII se dirige a la plaza de España y deposita a los pies del monumento a la Virgen una cesta de rosas blancas. Esta es una costumbre que han renovado sus sucesores. El Papa Roncalli, en la festividad de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre de 1960, subraya que María Inmaculada es la estrella de la mañana que disipa «las tinieblas de la noche oscura».
La doctrina católica que concierne a la concepción inmaculada de María y ensalza sus glorias es familiar a todo buen cristiano, delicia y encanto de las más nobles almas. Está en la liturgia, en los acentos de los Padres de la Iglesia, en el afanoso suspirar de tantos corazones que quieren honrarla esparciendo el perfume de su pureza y fervor de apostolado para mejorar las buenas costumbres privadas y públicas.
La promesa de Pablo VI
En el primer aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II, el Papa Pablo VI subraya en la homilía durante la misa en la solemnidad del 8 de diciembre de 1966 que el de la Inmaculada Concepción es «el misterio del privilegio, el misterio de la unicidad, el misterio de la perfección de María Santísima». «María, la única criatura humana que, por designio divino (¡cuánta sabiduría, cuánto amor esto contiene!), en virtud de los méritos de Cristo, única fuente de nuestra salvación, fue preservada de toda imperfección». Las palabras del Papa Montini se unen ese mismo día, en el Ángelus, a una promesa.
