Colaboraciones

Charlas de taberna | Cuando la inseguridad rebasa los discursos | Marcos H. Valerio

La semana pasada, México volvió a sangrar en vivo y en directo. Carlos Manzo, el alcalde de Uruapan que se atrevió a quitarse el sombrero para ponérselo al crimen organizado, fue acribillado. No fue un “hecho aislado”. Fue el epílogo brutal de quien advirtió una y otra vez: “Me van a matar y nadie hace nada”.

Y tenía razón. Pidió protección. El Estado se la dio: Escoltas, pero él no pedía protección, pedía intervención del Estado contra el narco que vive Michoacán.

Manzo no era un santo ni un mártir de partido. Era un hombre de a caballo que con su movimiento “Del Sombrero” desnudó la verdad que todos conocemos, pero pocos dicen: Morena y oposición son dos caras de la misma moneda fallida en seguridad.

Unos prometen abrazos que nunca llegan; los otros ofrecen mano dura que nunca se aplica. Y mientras tanto, el narco cobra factura a quien se atreva a desafiarlo.

Aquí no caben más excusas. Ni “es herencia del pasado”, ni “es culpa del gobernador”, ni “es que el Presidente no sabía”. El Estado mexicano, en sus tres niveles y en sus cuatro colores, falló estrepitosamente.

Falló cuando permitió que Uruapan se convirtiera en tierra de nadie. Falló cuando dejó que un alcalde valiente tuviera que gritar solo.

Es hora de dejar de buscar culpables en el otro bando y empezar a buscar soluciones reales. Basta de opositores que usan cada cadáver para ganar votos sin proponer nada. Basta de gobernadores que se esconden detrás de la Guardia Nacional mientras sus municipios arden.

México necesita menos discursos y más resultados. Necesita que el Ejército deje de construir bancos y regrese a las calles donde lo necesitan. Necesita fiscales que investiguen en serio y no que archiven carpetas por “falta de elementos”. Necesita jueces que metan a los sicarios a la cárcel y no los suelten a las 48 horas. Necesita, en una palabra, un Estado que funcione.

Carlos Manzo ya no está. Pero su sombrero sí: Tirado en el suelo, lleno de sangre, recordándonos que la valentía sin respaldo oficial es homicidio. Que la seguridad no se recupera con frases bonitas ni con culpar al vecino. Se recupera con inteligencia, con coordinación, con presupuesto.

Que su muerte no sea una estadística más. Que sea el punto de inflexión donde por fin entendamos que la verdadera “causa” no es el partido que esté en el poder: Es la impunidad que todos, absolutamente todos, hemos permitido.

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