Charlas de taberna | Calaveritas que Respiran Vida | Por: Marcos H. Valerio
El olor a azúcar quemada se cuela por las ventanas abiertas del taller familiar en el barrio de San Antonio, Xochimilco, en la Ciudad de México.
Son las siete en punto de la mañana y ya Abigail Mejía enciende la hornilla. El cobre brilla. El limón chisporrotea. En menos de dos minutos, un chorro de azúcar toma forma en un molde de barro. “Así empezamos todos los días desde septiembre”, dice mientras voltea la pieza con la destreza de quien lleva la receta en la sangre.
Hace una semana terminaron de repartir 135 mil calaveritas de azúcar en La Merced y Central de Abastos. Hoy, el turno a las de chocolate. “Son más delicadas, se dejan para el final”, explica Abigail.
Los moldes son más pequeños, los detalles más finos: Una lágrima de chocolate negro, un bigote de glaseado blanco, una flor de cempasúchil en la frente. Cada calaverita lleva cinco minutos de decoración, pero ninguna es igual.
“A veces les pongo ojos tristes, a veces sonrisa de picardía. Así son las nuestras: únicas”, cuenta Azucena Mejía, la tercera generación, mientras pinta una virgencita de Guadalupe con betún rosa.
En la mesa grande, Sonia Gayoso Mejía dirige el ritmo. Abuelos, tíos, hermanos, nueras: Cuatro generaciones trabajan al unísono.
“Mi abuelita me enseñó a los ocho años. Ahora mis nietos ya saben poner los ojitos”, dice con orgullo.
Los moldes van de medio centímetro a 20 centímetros; los más grandes son para los altares de los clientes fieles del Centro Histórico de Xochimilco, donde se venderán hasta el 2 de noviembre. Por lo que las tienen que tener lo más pronto posible.
El taller es un caos organizado: Cazos humeantes, charolas de barro, frascos de colorantes naturales. No hay máquinas. Solo manos.
“Aquí no hay prisa, pero tampoco tiempo que perder”, resume Abigail mientras saca otra tanda. Afuera, el sol de octubre calienta los canales. Adentro, las calaveritas esperan su turno para cobrar vida con un garigoleado, un diente de azúcar, una lágrima de chocolate.
Porque en San Antonio, la muerte no asusta: Se endulza, se pinta y se lleva al altar con una sonrisa…