Paso a desnivel | Por: David Cárdenas Rosas | Pedro de Alvarado, el conquistador codicioso.
Su nombre; Pedro de Alvarado, cargo; capitán al servicio de Hernán Cortés, su origen; hijo de Extremadura y forjado en la dureza del hierro y la ambición.
Algunos en Tenochtitlan le llamaron “Tonatiuh”, porque los mexicas veían en su rostro rubio y en sus cabellos dorados el resplandor del sol. Otros, la mayoría lo recuerdan como el verdugo, por la sangre que derramó en estas tierras.
Alvarado llegó al Nuevo Mundo movido por la misma fuerza que impulsó a sus compañeros: la gloria, el oro y la fe, ¡ah! Y el saqueo.
No se puede decir de él que no fue audaz… si lo fue, aunque siempre se le consideró más despiadado que intrépido.
En cada paso que acompañó a Cortés, desde las arenas de Veracruz hasta las puertas de México-Tenochtitlan dejó constancia de su fiereza.
Alvarado fue uno de los hombres de Cortés que encabezó la entrada a la gran ciudad, fue el de pelo dorado quien cabalgó en las calzadas rodeado de multitudes que los observaban con temor y asombro.
Pero también fue él quien, en ausencia de Cortés, tomó la decisión que marcaría para siempre su historia y su nombre: él ordenó el ataque durante la fiesta de Tóxcatl.
Mientras los mexicas danzaban y cantaban en honor a sus dioses, Pedro de Alvarado y sus hombres masacraron a los mexicas con espadas y arcabuces. La historia unió su nombre al malvado hecho de lo que aún hoy se llama; “la matanza del Templo Mayor”.
Ese acto encendió la furia de Tenochtitlan y desató una tormenta de piedras, lanzas y gritos que los hombres de Hernán no olvidarían jamás. Fue el inicio de la rebelión que casi sepultó al ejército invasor en “la Noche Triste”. Sin embargo, Alvarado con un salto logró escapar, y continuó combatiendo hasta que la espada y el arcabuz, la viruela y la traición lograron la caída del gran imperio mexica.
La historia no ha escatimado términos para juzgar su falta de piedad, dureza y sed de sangre.
En Pedro de Alvarado ardía un espíritu violento, el espíritu de un hombre ambicioso y rapaz.
Pedro de Alvarado supo, siempre supo que su nombre no sería recordado con honra, sino con espanto. Ninguna conquista, ningún triunfo pesa más que la sangre derramada, ni existe gloria que redima la furia de un pueblo masacrado.
Pedro de Alvarado, “Tonatiuh”, el conquistador, no es luz ni victoria, sino recuerdo de las felonías de un ser ávido de sangre.
Así vivió y así murió. En 1541 Pedro de Alvarado, “Tonatiuh”, fue aplastado por un caballo, durante una incursión en territorio chichimeca, muriendo en medio de dolores…