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Charlas de taberna | Silencio roto de Camila; lucha contra las heridas de la infancia | Marcos H. Valerio

“Él siempre buscaba que nos quedáramos a solas y me decía: ‘acompáñame, te voy a enseñar algo’. Ahí comenzaba ‘el juego’, como lo llamaba”. Con estas palabras, Camila revive el calvario que vivió entre los tres y seis años, cuando un tío abusó sexualmente de ella.

Hoy, a sus 30 años, esta mujer rompe el silencio que guardó por décadas, enfrentando las secuelas de un trauma que aún permea su vida. Su testimonio, compartido con valentía, es un reflejo de las heridas invisibles que la violencia sexual deja en las infancias y un llamado a la acción para prevenir y sancionar estos crímenes.

Camila ocultó su dolor durante años, temerosa de ser culpada o revictimizada. “Creía que era algo normal, una etapa que algún día debía terminar”, confiesa.

Fue hasta finales de 2023, en un momento de crisis emocional y bajo los efectos del alcohol, que decidió contarle a su madre y hermana lo que vivió. La revelación desató un silencio incómodo; sus rostros reflejaban dolor y desconcierto.

Sin embargo, días después, su madre le expresó su apoyo incondicional, dándole a Camila la fuerza para comenzar a sanar y considerar la posibilidad de denunciar a su agresor, un hombre que aún podría representar un peligro para otras personas, incluidos sus propios hijos.

El abuso comenzó con una petición de sexo oral que Camila, siendo una niña, rechazó. Sin embargo, su tío perpetró violaciones y abusos durante tres años, dejándola atrapada en un torbellino de confusión y miedo.

“No sabía si lo que me hacía era bueno o malo, nadie me había hablado de esos temas”, relata con la voz quebrada.

Por su parte, Rosalba Cruz Martínez, consejera jurídica de la Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM, explica que las violencias sexuales contra menores afectan gravemente su desarrollo psicosexual, al interrumpir el proceso natural de su sexualidad.

La Red por los Derechos de la Infancia en México añade que estas agresiones pueden manifestarse en formas como abuso, hostigamiento o explotación, dejando cicatrices profundas.

Afirma que, las secuelas en la vida de Camila son evidentes. Su relación con el alcohol, que inicialmente veía como una forma de diversión, se convirtió en un problema que ella misma reconoce como una vía para “ocultar” su dolor.

“A veces no recuerdo cómo llegué a casa”, admite. En terapia, también identificó cómo el abuso impactó su vida sexual, limitando su capacidad para confiar en su pareja o aceptar gestos de afecto como abrazos.

Estos efectos, señala Cruz Martínez, son comunes en víctimas que, al no contar con herramientas para expresar su malestar en la infancia, internalizan el trauma, lo que puede manifestarse en conductas autodestructivas o rechazo al contacto físico.

A pesar de su deseo de justicia, Camila no ha denunciado formalmente a su agresor, intimidada por una amenaza que él hizo en el pasado: “Si alguien actúa en mi contra, le daré donde más le duele, en su familia”.

El miedo a represalias, sumado al conocimiento de que su tío alguna vez tuvo armas, la mantiene en una encrucijada. Sin embargo, su testimonio es un paso hacia la sanación y un recordatorio de la urgencia de proteger a las infancias de la violencia sexual.

Camila no solo busca cerrar sus propias heridas, sino evitar que otras personas sufran lo que ella vivió, demostrando que, incluso en el dolor, hay espacio para la resiliencia y la esperanza.

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