Fatiga museal: cómo disfrutar de los museos sin agotarse en el intento
Ciudad de México, 17 de agosto de 2025.- Con la llegada del verano, millones de personas se lanzan a descubrir el patrimonio cultural de sus ciudades o de los destinos turísticos que eligen para las vacaciones.
Visitar museos se ha convertido en una de las actividades más populares para quienes buscan combinar descanso y desconexión con enriquecimiento cultural. No es de extrañar, diferentes investigaciones han encontrado que la visita a museos tiene potencial para aumentar la calidad de vida, disminuir el riesgo de padecer problemas de salud mental, reducir la soledad y el aislamiento y aumentar las emociones positivas.
Sin embargo, muchos visitantes experimentan un fenómeno poco conocido pero bastante común: la fatiga museal.
¿Qué es la fatiga museal?
¿Alguna vez ha tenido que detenerse en mitad de su visita a un museo por un cansancio que parece excesivo para el recorrido que ha hecho? Tres pasillos y dos tramos de escalera después, y la cafetería del museo parece mucho más apetecible que las esculturas de la Grecia clásica.
La fatiga museal es precisamente eso, un tipo de cansancio físico y mental que ocurre durante la visita a museos. Fue descrita por primera vez por el conservador del Boston Museum of Fine Arts, Benjamin Ives Gilman, en 1916, en el que se considera el punto de partida de los estudios de visitantes de museos. En su investigación, Gilman observó que los visitantes comenzaban el recorrido con entusiasmo, pero al cabo de un tiempo perdían interés, se distraían con facilidad o simplemente pasaban por alto las obras sin prestarles atención.
Este fenómeno se debe a una combinación de factores: largas caminatas, posturas incómodas al observar obras en vitrinas o paredes, sobreestimulación visual y acumulación de información. Todo esto, sumado al calor del verano y la afluencia de turistas, puede hacer que la experiencia museística resulte más agotadora que placentera.
El museo como espacio de actividad física
Aunque no lo parezca, recorrer un museo puede suponer un esfuerzo físico considerable, dependiendo del estado o condición física de la persona. La visita a un museo de tamaño mediano puede implicar caminar entre 1,5 y 3 kilómetros.
Pero si su objetivo es ver en unas pocas horas todo lo expuesto en instituciones como el Museo del Louvre en París, el British Museum de Londres o el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, debería empezar ya a entrenar para una media maratón.
El problema no es solo la extensión del recorrido –al que se añaden escaleras, rampas, etc.–, sino también la manera en la que lo transitamos, con detenciones constantes, idas y venidas, y cambios de ritmo. Además, se está mucho tiempo de pie, se sube y se baja, y se realizan movimientos repetitivos como inclinarse, girar el cuello o mantener la vista enfocada durante períodos prolongados.
Y esto solo desde el punto de vista físico; la fatiga museal tiene también un componente mental. El exceso de elementos expuestos a los que prestar atención, de cartelas y textos de sala, la masificación que sufren algunas galerías, etc. influyen en la experiencia que tenemos de la visita y en muchas ocasiones suponen una sobreestimulación mental y sensitiva.
Con información de: Economista