La casa que susurra la memoria: el legado de Guillermo Tovar de Teresa.
En la colonia Roma, donde el bullicio moderno se mezcla con las sombras de un pasado elegante, hay una casona que guarda secretos entre vitrales y pasillos de mosaico. Es la Casa Museo Guillermo Tovar de Teresa, un espacio donde las paredes no solo sostienen techos altos, sino historias que se niegan a desvanecerse.
Construida en 1911, la residencia nació en tiempos del Porfiriato, con el esplendor arquitectónico de una ciudad que aspiraba a ser europea sin dejar de ser profundamente mexicana. Décadas después, Guillermo Tovar de Teresa —erudito precoz, cronista incansable, coleccionista apasionado— la hizo su hogar. En sus salones reunió un universo que parecía imposible contener: pinturas virreinales, grabados minuciosos, porcelanas imperiales, espejos venecianos y una biblioteca que respiraba con miles de páginas antiguas.
Quien cruzaba su umbral entraba a un mundo distinto, donde el tiempo se detenía y la historia se hacía tangible. Allí, Tovar de Teresa conversaba con el México barroco, con el siglo XIX romántico, con los fantasmas de emperadores y poetas. Era una casa viva, un templo íntimo de la memoria.
Tras su muerte en 2013, la residencia pudo haberse vuelto un relicario cerrado. Sin embargo, la Fundación Carlos Slim convirtió aquel espacio privado en un museo abierto al público, rescatando no solo el acervo, sino el espíritu del hombre que lo habitó. Hoy, quienes recorren sus salones sienten que las habitaciones siguen hablando: el comedor aún huele a tertulia, la biblioteca aún murmura versos y los espejos devuelven reflejos de otras épocas.
La Casa Museo Guillermo Tovar de Teresa no es solo un lugar: es un puente. Un puente entre la ciudad que fue y la que sigue siendo, entre lo íntimo y lo colectivo, entre la memoria personal y la historia compartida. Quien entra en ella descubre que los objetos no son mudos, que las casas respiran, y que la cultura —cuando se abre generosamente— puede convertirse en una forma de eternidad.