Cultura

Memorias de un navegante del porvenir, la vida de Héctor Oesterheld, creador de El Eternauta

Ciudad de México, 20 de julio de 2025.- Era una madrugada de silencio perfecto. Una profunda oscuridad, la calma fría de las 3 am, las ventanas abiertas, el ánimo apaciguado de un hombre entre las sombras de su biblioteca, en algún lugar del Buenos Aires de fines de los 50. Todo era paz en esa habitación, la única iluminada del vecindario… hasta que crujió la silla que estaba frente a él, aquella en la que se sentaban quienes iban a  visitarlo. No soltó el lápiz, pero un estremecimiento frío recorrió su cuerpo cuando en aquella misma silla empezó a dejarse ver la figura de un hombre, primero una silueta, luego una masa transparente, un contorno que  empezaba a rellenarse, una materialización concretada.

“Estoy en la tierra, supongo”, fue lo primero que le dijo el visitante al hombre casi cuarentón que se aferraba a su lápiz como si lo hiciera a la vida misma, al propio desconcierto ante esa aparición fantasmal, aunque tangible: su piel rugosa, sus venas marcadas, su mirada, la de un hombre que había visto tanto que había llegado a comprenderlo todo, eran pruebas de su existencia concreta.

“¿Quién eres tú?”, le preguntó el obligado anfitrión sin salir de su sorpresa, tras contarle que era guionista de historietas. “Podría darte centenares de nombres, y no te mentiría: todos han sido míos. Pero quizá el que te resulte más comprensible sea el que me puso una especie de filósofo del Siglo XXI… El Eternauta” me llamó él para explicar, en una sola palabra, mi condición de navegante del tiempo, de viajero de la eternidad. Mi triste y desolada condición de peregrino de los siglos”.

Así decidió iniciar Héctor Germán Oesterheld su historia, una epopeya futurista que sería publicada  semanalmente entre 1957 y 1959, que llevaba a los lectores también al pasado y al presente. El de entonces y el de ahora. Una historia que parecía salir de la fantasía, de una epifanía solitaria caída como un rayo en su mesa de trabajo, que era más estremecedoramente real que cualquier noticia que se escuchara o leyera. Si El Eternauta fuera él mismo venido desde el futuro, no se negaría a escucharlo, menos a contar su historia. Es bastante curioso que los creadores de la serie de Netflix hayan prescindido de aquel inicio real, que explica directamente porque al personaje se le llama “Eternauta”, algo que quienes vieron la primera temporada y no leyeron el libro deben
seguirse preguntando.

“Escuché, todo el resto de aquella noche no hice otra cosa que escuchar. Tal como él lo dijo cuando concluyó, ya todo estaba claro. Tan claro como para llenarme de pavor. Tan claro como para sentir por él una enorme piedad”, escribió Oesterheld en el principio de este comic que es hoy mucho más, aparecido en una Argentina con la televisión aún en ciernes, con las transmisiones radiales y los periódicos como principales difusores del acontecer noticioso, y con un gobierno militar instaurado desde el golpe de Estado de setiembre del 55 contra Perón. A principios de aquel mismo año, Argentina padeció la peor ola de calor de su historia, con temperaturas que superaron los 43 grados centígrados. Una atmósfera de ciencia ficción que parecía derretirlos… en plena Guerra
Fría. Esos últimos meses estuvieron marcados por persistentes ensayos atómicos que parecían prepararnos para una conflagración inminente. Esa amenaza, por supuesto, podía percibirse más allá de Washington o Moscú y llegar hasta el Río de la Plata.

Aquel calor agobiante, sin embargo, era todo lo contrario a lo que narró El Eternauta: un chalecito de Vicente López, una reunión entre cuatro amigos que juegan al truco, las impertinentes noticias radiales sobre aquellas explosiones de prueba, la amenaza del polvo radioactivo mencionada en las noticias, el relax en una sala que era también una isla, alejada del resto del mundo, donde apenas llegaban los ruidos de alguna avenida cercana hasta que retumbó un impacto violento, la electricidad se cortó y apareció la incertidumbre en la habitación del mismo modo que El Eternauta ante Oesterheld: se fue materializando poco a poco cuando los amigos se asomaron por la ventana y vieron autos chocados, personas desvanecidas y calles en silencio absoluto ante una nevada copiosa, irreal. Una nevada mortal, terriblemente mortal, que marcaría definitivamente sus vidas y esta historia.

Hijo del miedo nuclear
Héctor Germán Oesterheld –HGO para muchos- vino al mundo en Buenos Aires en julio de 1919, en un hogar alemán y conservador. No pasaría mucho tiempo para que su innata curiosidad lo llevara a desarrollar ideas progresistas y comprometidas socialmente, iniciativas que terminaron chocando con la severidad paterna. Aunque su primera vocación fue la Geología, terminada esa carrera, al principio de la década del 40, publicó su primer cuento en el diario La Prensa e inició poco después su camino como guionista. En 1952 guionizó Sargento Kirk, creado por Hugo Pratt, la historia un soldado que deserta del ejército para proteger a los indios. Al año
siguiente desarrolló Uma-Uma, historia de ciencia ficción con dibujos de Francisco Solano López, con quien formaría el tándem inmortal responsable de El Eternauta. Ese mismo año llegaría Ernie Pike, un corresponsal de guerra que escribía desde Europa las desventuras de la Segunda Guerra Mundial, que contaría con dibujos del propio Solano López, Hugo Pratt o Alberto Breccia, con quien en 1969 Oesterheld haría una nueva versión del primer Eternauta. Entre lo más destacado de su trabajo, podemos mencionar 20/7/25, 7:47 a.m. Memorias de un navegante del porvenir, la vida de Héctor Oesterheld, creador de El Eternauta

Dr. Morgue (1959), Sherlock Time y Amapola Negra (publicados entre 1958 y 59), Mort Cinder, Marcianeros, Lord Pampa (todas de 1962), La guerra de los Antartes (1970), Marvo Luna (1971), 450 años de guerra contra el imperialismo (1973) o El Eternauta II (1976- 77). Hoy Héctor Germán Oesterheld es considerado el guionista fundacional de la historieta argentina moderna y un nombre ineludible en la ciencia ficción. De hecho, el Día de la Historieta Argentina se celebra cada 4 de setiembre, el día de 1957 en que apareció el número 1 de Hora Cero Semanal, la revista que Héctor Germán Oesterheld y su hermano Jorge publicaban a través de Editorial Frontera, fundada por ellos para tener mayor independencia creativa, con personajes y situaciones argentinos incluidos.

Durante dos años fue publicado allí El Eternauta.
Sus amigos decían que era callado, brillante, a veces malhumorado, intransigente, solitario, pero fornido y atlético a pesar de ser un intelectual. También era muy sencillo, un hombre antifascista, anti nazi, pacifista y originalmente antiperonista que en sus tiempos libres se dedicaba a sus plantas y flores mientras imaginaba futuras aventuras y personajes. Lector de Stevenson, de Conrad, de Sartre, de Borges, de Rodolfo Walsh. “El rey de la historia corta dibujada” lo llamaron.

“Estábamos inmersos en el miedo nuclear (..) Imagínate ser un pibe y estar leyendo esa historieta y darte cuenta de que el mal llega con una nevada. Listo, ya está, se te acabó. Quieres seguir leyendo. Comienza así la saga más importante de ciencia ficción de la historia de la literatura argentina (..) Nunca se volvió a escribir nada más hermoso que El Eternauta”, ha dicho el escritor y guionista Luciano Sarasino. “Eternauta es un neologismo, una palabra nueva con múltiples resonancias itinerantes –de argonauta griego a cosmonauta soviético– inventada de una vez y para siempre por Oesterheld para nombrar al protagonista y su condición”, afirmó el escritor Juan Sasturain.

Para el escritor y guionista Jorge Claudio Morhain, “Los héroes de Oesterheld no son seres privilegiados, no son personas de otro mundo. Son personas comunes puestas en situación de conflicto. Somos todos nosotros”. Para el artista gráfico Miguel Rep, Oesterheld “Tiene una idea sobre el mundo, sobre las relaciones humanas, sobre los poderosos y los sometidos, sobre los momentos límite del ser humano, la guerra, la muerte, la toma de decisiones, y todo eso hace que sea un autor político”.

Tres puntos, tres guiones, tres puntos más
La Plata, 1977. Héctor Germán Oesterheld se sabía acechado. Vivía clandestinamente, cambiando de domicilio por distintas casas o pequeños hotelitos en los alrededores del gran Buenos Aires. Así, desde la oscuridad, el miedo y el silencio le envió a Solano López los guiones con los que pudo terminarse El Eternauta II, con un contenido mucho más directamente político que en el inicio. A pesar de que el dibujante tuvo discrepancias por el sesgo político en los textos, pues no comulgaba con la posición del guionista –su hijo también era militante de Montoneros y perseguido por las autoridades-, se encargó de ilustrar la nueva historia con la misma destreza
que en 1957.

Para ese momento, dos de las tres hijas de Oesterheld ya habían sido desaparecidas por el régimen. A él le era imposible ya frecuentar los lugares de su vida. Policías o militares hacían redadas en bares o cafés. Incluso sufrió un robo en un departamento que habitó en sus últimos años, ya lejos de la casa familiar de Beccar. Se había separado de su esposa Elsa por las incompatibilidades conyugales que habían surgido tras la transformación ideológica experimentada por Héctor Germán, algo que compartía con sus cuatro hijas.

El 27 de abril, sin embargo, un descuido lo puso en manos de los asesinos del Estado –el llamado “Grupo de tareas”- tras una emboscada en la que fue secuestrado, probablemente a golpes y a bordo de un Falcon Verde, carroza fúnebre de esos tiempos terribles. Sus últimos años habían estado marcados por una ferviente militancia como parte de Montoneros, grupo guerrillero que se mantuvo en la clandestinidad por su oposición a las dictaduras militares de los años 70. Contraparte de la oscura Triple A, de tendencia ultraderechista, dedicada al terrorismo de Estado, los Montoneros, extremistas peronistas, también cometieron crímenes, atentados y secuestros. Sin embargo, no hay ninguna prueba que asocie directamente a Héctor Germán Oesterheld con alguno de estos hechos.

“Para mí, El Eternauta es como un personaje real”, confesó Solano López en una entrevista, décadas después de la desaparición de Oesterheld. “Porque, aparte de todos los avatares que le suceden en papel y tinta, a los que nos ocupamos de darle vida también nos pasan cosas, a algunos tal vez más pedestres o menos aventureras que a otros, pero que han influido decisivamente en nuestras vidas”.

Una vez secuestrado, se sabe que el guionista pasó por los centros clandestinos de detención y tortura de Campo de mayo, Vesubio y Sheraton, donde fue tratado con brutalidad por efectivos militares que parecían disfrutar cercenar, electrocutar, ahogar, colgar o golpear a los detenidos, sean hombres o mujeres, adultos o jovencitas, abuelos o embarazadas. Era el caso de dos de sus hijas. Mientras era sometido a torturas, entre burlas y humillaciones, sus verdugos le contaron cómo las habían secuestrado y asesinado, desapareciendo también a los bebés que llevaban en sus vientres… incluso hasta hoy. Sumadas a las dos hijas que ya había perdido antes de su propio secuestro, Héctor Germán Oesterheld podía deducir, por la crueldad de sus captores, que lo que le  decían entre carcajadas mientras lo tenían sometido, más que una broma macabra, era cierto: Diana (24), Beatriz (19), Estela (25) y Marina (18) estaban muertas tras haber sido torturadas como él mismo seguía siéndolo en habitaciones inmundas y terribles.

Con información de: El Universal

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