Colaboraciones

Charlas de taberna | El micrófono que temblaba | Por: Marcos H. Valerio

En el bullicio de 1985, tras el sismo, los pasillos de Televisa eran un hervidero de historias y tensiones. Paco Ramírez, un joven periodista con más entusiasmo que experiencia, recorría esos corredores con un nudo en el estómago y un micrófono en la mano. Cubrir los acontecimientos en el corazón de la televisora más importante del país no era tarea menor, y él lo sabía. Apenas comenzaba a hacerse un lugar en el oficio, cuando una anécdota marcó su camino para siempre.

“Estaba con mi camarógrafo, con poco tiempo de experiencia, cuando de repente me dice: ‘Ahí viene Emilio’”, recuerda Paco con una sonrisa que mezcla nostalgia y nervios retrospectivos.

Era Emilio Azcárraga Milmo, el “Tigre”, el titán de Televisa, caminando directo hacia ellos. Paco, con el ímpetu de la juventud, tomó el micrófono, se puso “muy seriecito” y se preparó para la entrevista de su vida. Pero el encuentro no fue como esperaba. “A ver, niño, a mí no me entrevistes, que será la última vez”, le espetó Azcárraga con esa mezcla de autoridad y desdén que lo caracterizaba. Luego, giró hacia el camarógrafo y, con un tono aún más cortante, añadió: “Tú, a la próxima te corro”.

Paco ríe al contarlo, pero en ese momento no había risas. Azcárraga, con su mirada de halcón, había captado al instante que el camarógrafo había empujado al joven reportero a la encerrona. “No era tonto, vio desde su distancia cómo habían estado las cosas”, reflexiona Paco.

Fue una lección dura, pero valiosa: en el periodismo, como en la vida, hay que aprender a leer el terreno antes de dar un paso.

El crecimiento de Paco no fue solo producto de encuentros fortuitos con gigantes. Fue Jacobo Zabludovsky, el ícono del periodismo mexicano, quien lo lanzó al ruedo.

“Jacobo me hizo crecer”, dice con gratitud. Siempre a su sombra, apoyándolo desde atrás, Paco absorbía cada detalle del maestro. Hasta que un día, en el estudio de Eco, todo cambió. Estaban al aire, en un corte comercial, cuando Jacobo levantó el teléfono y dio una orden inesperada: “Mancilla, las próximas cinco notas las va a leer Paco. No le metas imagen”.

El mundo se le vino encima. “Me temblaba no solo la mano, todo el cuerpo”, confiesa. Frente al micrófono, sin imágenes de apoyo, solo su voz y el peso de la responsabilidad, leyó esas cinco notas con el corazón en la garganta. “Con mucho temor”, admite, pero lo hizo. Ese fue el momento en que Paco Ramírez dejó de ser el novato detrás de escena y empezó a convertirse en el periodista que conocemos.

No todo fue fácil. Las dudas lo perseguían. En un encuentro casual con Sarita, la esposa de Jacobo, Paco dejó salir su inseguridad: “Esto no es lo mío, me da mucho miedo”. La respuesta de Sarita fue un bálsamo y un empujón: “Mira, Jacobo tiembla todas las noches. Échele, usted sí puede”. Esas palabras se quedaron grabadas en él, un recordatorio de que hasta los más grandes sienten el vértigo del oficio.

En su camino, Paco no estuvo solo. Nombres como Amador Narcia y Patty Suárez, compañeros de la redacción de Eco, fueron faros en su travesía. “Patty fue mi maestra en muchos sentidos”, reconoce con afecto. Cada etapa de su vida periodística ha estado marcada por alguien que lo impulsó, que creyó en él cuando él mismo dudaba.

Hoy, con la experiencia acumulada y la calidez de siempre, Paco Ramírez saluda a su audiencia con un “¿Qué tal, amigos? Un gusto saludarles”. Pero detrás de esa voz serena hay un joven que tembló frente a un micrófono, que enfrentó al “Tigre” y que aprendió, a fuerza de tropiezos y apoyos, a contar las historias que importan. Porque en el periodismo, como en la vida, el valor no es no tener miedo, sino seguir adelante a pesar de él.

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