Paso a desnivel | Por: David Cárdenas Rosas | El fin de la Guerra Cristera un acuerdo con voluntad de paz.
Emocionado la mayor parte del pueblo de México escuchó el repique de las campanas de nueva cuenta.
21 de junio de 1929. En una fecha clave para la historia de México, se puso fin a la Guerra Cristera, conflicto armado que durante tres años enfrentó al Estado y a miles de católicos que se alzaron en defensa de la libertad religiosa. Aquel día, dos figuras del alto clero, Monseñor Leopoldo Ruiz y Flores y Monseñor Pascual Díaz, se presentaron en Palacio Nacional para dialogar con el presidente interino Emilio Portes Gil.
El encuentro, informal pero decisivo, derivó en tres puntos: amnistía para los cristeros, respeto al grado militar de quienes participaron en combate, y permiso para que los oficiales conservaran sus pistolas y caballos. Aunque no se firmó ningún documento oficial, Portes Gil accedió, comprometiéndose además a gestionar la devolución paulatina de templos, iglesias y edificios religiosos aún ocupados por el Estado.
La firma del acuerdo se dio en una etapa crítica en la vida política nacional: el asesinato del presidente electo Álvaro Obregón a manos de José de León Toral en julio de 1928. En ese contexto, Portes Gil asumió la presidencia de manera interina entre 1928 y 1930, con la misión de estabilizar al país y convocar nuevas elecciones. Su papel fue clave para lograr una salida negociada al conflicto religioso, en gran parte gracias a la mediación del embajador de Estados Unidos en México, Dwight W. Morrow.
Aunque los acuerdos carecían de valor legal, debido a la falta de personalidad jurídica de la Iglesia en ese momento, expresaban una voluntad conciliatoria real entre las partes. Además del presidente, firmaron el propio Morrow, Ruiz y Flores, y Pascual Díaz. Como única condición impuesta por el gobierno, se exigió la salida del país de los prelados que habían apoyado abiertamente el levantamiento.
En su informe presidencial del 1 de septiembre de 1929, Portes Gil anunció el retorno del culto religioso, condicionado a la obediencia a las leyes mexicanas por parte del clero. A esa fecha, 858 templos habían sido devueltos a la Iglesia.
Finalmente, el domingo 30 de junio de 1929, las iglesias de todo el país volvieron a abrir sus puertas. El sonido de las campanas y los cohetes celebrando el regreso de las actividades religiosas y de manera particular la celebración de las misas evidenció el profundo deseo de paz y reconciliación de la mayoría del pueblo mexicano.