A Ramsés Salanueva
Una mañana transitábamos por la carreta a Huejutla
Las curvas eran pronunciadas y acompañaban las palabras de lado a lado
¿De que hablábamos…? ¡De libros! ¿De qué más?
Hablamos de la novela, el cuento, la historia, la rima, de lo arbitrario del uso del lenguaje de los poetas, y que sin esa arbitrariedad, no se sería poeta…
Y hablamos de eso y de autores… y de lo necesario que era y es fortalecer las lenguas indígenas. “deberíamos hablar como se hablaba hace 500 años… con ritmo… con palabras cantarinas” decía.
Las lenguas son el culto a la grandeza… La lengua es el baluarte último de una derrota inmerecida a los pueblos nuestros…
Y hablamos de que el silencio es sabio siempre y cuando éste no lo decrete la autoridad
Y hablamos de que hay que atizar la hoguera de la ilusión siempre… y más cuando se está callado.
Y de que no habría que darle –nunca- espacio a la desesperanza
Y decíamos que un pensador o un escritor que no escribe, vive una como esterilidad que debería calificarse de vergonzosa
Y discutimos y nos reímos, y disfrutamos… teníamos vitalidad…
Y surgieron frases…
Releíamos a Vargas Vila… al colombiano irredento…
Y nos emocionamos con las frases del escritor
Y recuerdo como Ramsés al leer una de las páginas del viejo libro empastado rústicamente, cerró las tapas y murmuró emocionado… deletreó la frase escrita…
“Es verdad que varias veces he caído ante el embate del poder… Sí; he caído, pero siempre de espaldas… ¡nunca de rodillas!!!
“¡mira que frase! – dijo – con una sonrisa como de niño…
Ramsés era un hombre de alma grandiosa
Lo admiré
Un día nos dimos la última frase… hoy la reitero…
“Ramsés ¿Quo vadis…?” Se rió y señaló al norte… allá espérame le grité…
Hoy te digo; amigo. Ramsés ¿A dónde vas…? Allá espérame…
Aún hay libros que leer y palabras que decir… ¡ahí nos vemos!
Sea.