Colaboraciones

El Sistema de Participación Ciudadana y el Futuro de la Democracia | Esteban Ángeles Cerón

El derecho humano a un buen gobierno, sólo es posible en un sistema político democrático que asuma la libertad con la convicción de igualdad social, basada en un modelo de seguridad humana incluyente, horizontal y asociativista.

Hoy, Venezuela es el arquetipo de una democracia incompleta y del autoritarismo; es el revés de la trama de la racionalidad política y del paradigma del pragmatismo institucional. Anomias del poder que debemos desterrar para transitar a un régimen donde los hombres encuentren en el respeto a la diversidad de su pensamiento y acción, el vínculo unitario de la Nación.

Venezuela constituye una sentida advertencia para las democracias del orbe. El gobierno no puede convertirse en antípoda de la ciudadanía. Su función es la de armonizar la convivencia y los procesos sociales y sin importar su modelo de desarrollo, debe garantizar la priorización de los derechos humanos en la transversalidad de las acciones públicas.

Debemos entender que un Estado democrático, atiende y respeta la libre elección de los ciudadanos pero sujeta a generar oportunidades sociales, para hacer de la redistribución de la riqueza un instrumento de justicia social, edificando procesos de inclusión ciudadana, fundados en un proyecto nacional, con perspectiva humana.

En Venezuela se hace todo lo contrario. Y a pesar de ello, parece existir complacencia y un clima de confort de la ONU y el concierto de naciones, que han dejado a la deriva esta problemática, con todos los peligros y riesgos que ello impone para el futuro de la democracia.

Este comportamiento pasivo envía un mensaje contradictorio, demagógico e incluso de nepotismo centralista, que vulnera los principios de solidaridad y custodia de los derechos humanos y la fuerza valórica y preeminencia del Estado Democrático de Derecho.

Hasta ahora, la participación de la OEA, de cuyo seno amenaza abandonar, no ha servido para plantear mecanismos de negociación política que puedan perfilar una salida a la crisis venezolana; la población sigue expuesta al sufrimiento y la represión y se continúa pavimentando el camino de la violencia política que nulifica el valor de la vida humana.

El análisis crítico del evento advierte que la democracia no es una prebenda ni privilegio del gobierno, por el contrario, es una conquista social que impone fronteras al autoritarismo desde el Estado Democrático de Derecho, para dignificar a los seres humanos y evitar los atropellos del intervencionismo político.

El progresivo ascenso de la violencia institucional en Venezuela, constituye una afrenta al género humano, pero ante la ausencia de pronunciamientos y acciones de gobiernos y entidades públicas y sociales, parece que nos encontramos en presencia de la naturalización del despotismo de Estado.

Es preocupante el progresivo debilitamiento de las democracias occidentales, donde el resurgimiento del autoritarismo, la xenofobia, el racismo y los procesos de despolitización ciudadana, advierten un serio revés para la comunión humana y ponen la mesa para que el mesianismo y el populismo avancen como paradigmas de una pandemia sistémica.

Es necesario tener memoria histórica y repensar la realidad, para entender que el futuro de la democracia se encuentra en la ciudadanización de las estructuras de poder, y admitir que una democracia es fuerte, cuando es producto de la politización y horizontalidad de los mecanismos que priorizan la participación ciudadana como derecho humano del buen gobierno.

Por el contrario, el debilitamiento de la democracia y del sistema de partidos, es producto de una sociedad maniatada, a la que se le ha impuesto un desmesurado intervencionismo gubernamental que impide la horizontalidad política, obstruye el asociativismo, y vulnera la dinámica social.

Esta es la crisis de representatividad cuyos efectos son directamente proporcionales a la disfuncionalidad y verticalidad político-institucional, lo que refleja la carencia de conducción social de los partidos políticos y la inoperancia que le confieren sus acciones al voto programático y a la concreción de la tarea pública en el cumplimiento de planes y programas de gobierno, actitud anquilosada que vulnera la confianza de los electores.

Asimismo, esta crisis política es también, una crisis social. Amenaza la racionalidad y la convivencia en armonía, ya que advierte que la participación ciudadana ha sido sustituida por el establishment en el uso arbitrario de la política, derrotando toda aspiración ciudadana.

Estamos en presencia de democracias frágiles que sucumben ante líderes con visiones triunfalistas, pero carentes de programas político-institucionales; con líderes carismáticos, pero investidos de verticalidad elitista; con líderes mesiánicos, dispuestos al sacrificio humano, pero no al propio.

La democracia está amenazada por el síndrome del liderazgo ciego.

Ahora bien, ¿Cómo puede defenderse el pueblo ante el autoritarismo de Estado, efecto de esta crisis?

La opción es clara: se debe revitalizar la cultura política y garantizar la horizontalidad del poder; empujar las conquistas sociales aprovechando los mecanismos constitucionales para hacer valer los derechos e imponer la Ley como condición de máxima racionalidad pública.

Esta vía de reestructuración política, como premisas de acción colectiva, sólo se vertebra desde la organización ciudadana y la politización social. Requiere ir desde la ciudadanización de las estructuras gubernamentales, hasta la creación de organismos ciudadanos capaces de coexistir en horizontalidad y corresponsabilidad pública, para asegurar que la toma de decisiones constituya un acto de verdadera soberanía popular.

En este contexto, son aristas de la misma realidad, el clamor por desterrar las zonas oscuras que han primado en el ejercicio de gobierno, en la construcción de planes y programas, en las políticas públicas, en la rendición de cuentas, en la transparencia, en los derechos humanos y su transversalidad estructural, en la lucha anticorrupción, en el Gobierno Abierto y en Público, y en general en la inobservancia del Estado Democrático de Derecho.

El futuro de la democracia sólo puede construirse en la dignificación de la política, no en el autoritarismo, el mesianismo o el populismo. Debe ser producto de un régimen político ciudadanizado, que resignifique al ciudadano como la génesis y fin último de toda acción de gobierno, que permita enfrentar la pseudo-política que hoy victimiza a la sociedad y que parece haber puesto una venda a la razón.

Agenda

  • Los secretarios de Estado y Seguridad Nacional de los Estados Unidos, reconocieron que es debido a la demanda de drogas del mercado norteamericano, la situación en materia de narcotráfico y violencia en México, lo que fue calificado como “un paso en la dirección correcta…”
  • Múltiples protestas en varias partes del país, manifestando indignación y repudio por el asesinato en Sinaloa, del periodista Javier Valdez, a las que se sumó Hidalgo, con una marcha en Tulancingo, este fin de semana, reclamando garantías para el ejercicio de su profesión

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