Ecologia

El toro de lidia mexicano

Como en otras especies del reino animal, precisar el origen del toro de lidia es perderse en los grandes misterios de la creación.

Existen diferentes hipótesis, basadas en pinturas rupestres, esculturas ancestrales, fósiles hallados por los estudiosos y en las huellas de las civilizaciones que de alguna u otra manera representan los toros de esos remotos tiempos.

Para poder revelar estos misterios, nos trasladaremos a los orígenes más antiguos de los que se tiene noticia. La evolución es un proceso por el que hemos pasado todas las especies animales, pero sólo conociendo los orígenes y las transformaciones ocurridas con el pasar del tiempo podemos entender y comprender el milagro que ha sido posible lograr con el toro de lidia, y con Nuestro Toro.

Esta familia de los bóvidos se caracteriza por ser rumiantes, es decir, poseen rumen, tienen los dientes en forma de medía luna y sus cuernos están sostenidos por una base ósea, lo cual marca una clara diferencia con otras familias, pues en los bovinos sus cornamentas son extensiones del seno frontal, mientras que las otras familias, como la de los ovinos, estos soportes se limitan sólo a la base y externamente tienen forma espiral y lisa, o como en los antílopes en que son totalmente macizos.

Además las características zootécnicas y zoológicas definen a los individuos como de frente amplia con cornamenta en diversas direcciones, hocico ancho y húmedo, cuello potente y corto.

El fósil más antiguo que se ha hallado de una especie provista de cuernos se encontró en el plioceno índico, mucho antes de la existencia del hombre, lo cual nos da una idea de lo ancestral de los orígenes del toro bravo. En la era cuaternaria, la de la aparición del hombre, encontramos diversas evidencias de los antecesores en torno a los cuales han surgido varias teorías de los estudíosos, sin haberse podido comprobar ninguna totalmente. En esta era se encontró el Bos namadicus, que era de menor tamaño pero de cornamenta más desarrollada.

Existen datos históricos en los que se enmarca la existencia del uro salvaje, desde el norte de Africa a la zona más septentrional de Europa y desde Asia Menor a la Península Ibérica. De todo ello encontramos vestigios en las pinturas rupestres de las cuevas, como las de Altamira, en las representaciones egipcias, los códigos asirios o los cartagineses y especialmente de los celtas.

Todas estas teorías son difíciles de comprobar, pues prácticamente todas las formas prehistóricas del Bos han desaparecido, por lo que quedan dos ramas de donde se cree proviene nuestro toro de lidia actual, el Bos primigenius, de colores rojizos, y el Bos brachyceros, de pelajes, oscuros, que eran toros de gran tamaño, con encornaduras altamente generosas, de cara alargada, con colas largas y peludas, y los últimos ejemplares aparentemente fueron vistos en la zona de Polonia y Lituanla en el siglo XVII. Sin embargo es el sur de Europa, concretamente en la zona mediterránea y en la Península Ibérica, donde encuentra su mejor desarrollo y, tras su evolución, que comprende las mutaciones y posibles cruzas entre diversos ancestros, llega a la forma del toro actual. Así, con la influencia del medio ambiente y del hombre primitivo, encontramos el punto de partida de la fiesta brava.

Como se sabe y ha sido demostrado por diversos autores, la ganadería más antigua del mundo que aún está en pie es la de Atenco y data de 1522.

Sobre estos pilares mexiquenses se soporta nuestra historia taurina, pues quien trajo por primera vez toros a la Nueva España fue Hernán Cortés con el permiso de Carlos V.

Esa hacienda, que era propiedad de don Juan Gutiérrez Altamirano, sobrino del conquistador (según algunos historiadores, eran primos), la recibió como repartimiento, tenía una gran extensión, pues abarcaba de Santiago Tianguistengo hasta Calimaya, de norte a sur y, de oriente a poniente, de Metepec a San Mateo Atenco.

 

Botón volver arriba