Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por Marcos H. Valerio | Un Israel fuera de la realidad.

Existen dos comunidades que, desde niños, nos han puesto en contacto con ellas a través de la Biblia, especialmente en Navidad y Semana Santa. Se trata de Belén y Jerusalén: la primera de ellas porque allí nació Jesús y, la segunda, porque es el sitio donde se crucificó al gran maestro crecido en Nazareth. Una se ubica en Palestina; la otra, en Israel.

No es atrevido pensar que 75 por ciento de los habitantes del planeta tienen al pueblo de Israel como heredero de la bendición de Dios –Jesucristo-, de ser la nación escogida, el pueblo apartado, receptores y dueños de la tierra donde fluye leche y miel.

Sólo conocen y tienen registro histórico del Antiguo Testamento donde, por la desobediencia de los reyes y el pueblo, Dios los entregó en manos de conquistadores, de los cuales, sólo han estudiado bíblicamente que los últimos en dominar a los judíos fueron los romanos, porque así lo narran los evangelios, cuando sucede la crucifixión de Jesús.

Erróneamente, millones de habitantes de este planeta sólo están educados bajo esta información. Fuera de estos textos bíblicos no conocen que este pueblo fue conquistado por otras naciones hasta el grado de hacerlos salir de la Tierra Prometida, la que, por cierto, en actuales fechas, no han podido recuperar y que son parte del conflicto que viven los israelíes, mencionando, por ejemplo, los territorios de Gaza, Judea, Cisjordania y Samaria.

Más aún. Lo peor que le puede suceder a un turista cristiano es llegar a Israel y encontrarse con que Belén ahora está en territorio palestino y que trasladarse no es tan fácil, pues es uno de los lugares donde constantemente hay enfrentamientos.

Otro shock sucede cuando los turistas, alegres por pisar Tierra Santa, quieren visitar el Monte Sinaí y descubren que está en territorio de Egipto, por lo tanto, hay que cruzar otra frontera.

Viéndolo en esta dimensión, el visitante se pregunta ¿Qué tierra está pisando? Esta no es la nación que se conoce en los relatos bíblicos. No se entiende por qué en un territorio tan pequeño como el estado de Chiapas en México; Massachusetts en Estados Unidos; o la provincia de Pichincha en Ecuador, existan tantos problemas que incluso afectan a nivel mundial.

A estas dimensiones se reducen las tierras de Israel, lugar donde habitan ocho millones y medio de personas distribuidos en Tel Aviv, la capital política; Jerusalén, capital religiosa; Haifa y Cesárea, ciudades históricas del Imperio Romano; Ago, la celosa ciudad guardiana de los vestigios de Las Cruzadas; Netanya, impulsora de la modernidad; y la bíblica Nazareth, que sigue viva en la historia y refrescándose con la brisa del lago de Galilea, y compartiendo recuerdos con el monte de Las Bienaventuranzas.

En este lugar florecieron las tres principales religiones del mundo: El Catolicismo, el Judaísmo e Islamismo, que le da el justo nombre de Tierra Santa. Ahí viven más de ocho millones de habitantes, por lo que, según el reglamento israelí, en aquel lugar donde hay una sinagoga judía, al lado se encuentran una mezquita musulmana y un templo cristiano.

En documentos proporcionados por el Instituto Internacional Histadrut-Israel destaca que la religión judía es la que predomina en el país, paralizando a la nación desde el viernes a las seis de la tarde, cuando comienza El Shabat, y hasta las seis de la tarde del sábado, cuando termina, siendo, por lo tanto, el único día de descanso. El domingo es el primer día de la semana, y donde comienzan las actividades laborales. Todo lo contrario a las naciones cristianas, donde regularmente de lunes a viernes se trabaja, los sábados y domingos se descansa.

Pese a esto, en Israel se tienen servicios religiosos los domingos ya sea en Iglesias Ortodoxas, Iglesias Católicas e Iglesias Evangélicas protestantes.

Los grandes problemas que se tienen en Israel es por el territorio y la escasez de agua. Se dice que dicha nación “es una isla rodeada de varios países árabes”, con los cuales siempre han tenido guerra, incluso, a 24 horas de haberse constituido el Estado de Israel, se dieron luchas contra los ejércitos de Egipto, Siria, Jordania, Irak y Líbano.

En 1950, Israel aprobó la Ley del Retorno que concede la inmediata nacionalidad a cualquier inmigrante judío. Dice el documento “Rasgos de Israel” en su capítulo de adquisición de la nacionalidad israelí, que para los propósitos de esta norma “judío” significa una persona que nació de una madre judía o se ha convertido al judaísmo y no es miembro de esta religión.

Para mantener la seguridad del Estado y la tranquilidad de sus habitantes, Israel formó un ejército sobre la base de su pueblo comentándose que “el pueblo hace al ejército y el ejército es el pueblo”.

El gran grupo castrense hebreo se conforma en un 80 por ciento de jóvenes de apenas 18 años de edad, que cumplen con su servicio militar durante tres años para los varones y dos años y medio para las mujeres, y que son entrenados en centros especiales donde también reciben educación media y superior.

El ejército patrulla las fronteras, en la línea verde, -zona de conflicto- y las ciudades. Al interior del país, además de militares hay un cuerpo policiaco y entre los habitantes se cuenta con voluntarios y gracias a todos ellos hay mínimos índices de delincuencia, un dos por ciento, de tal manera que a altas horas de la noche se pueden observar a adolescentes caminando por las calles.

Las madres judías manifiestan más temor cuando sus hijos cumplen los 18 años de edad, pues tienen que cumplir con el servicio militar en zonas de batalla.

Sobre sus territorios, la sociedad israelí tiene encontrados puntos, ya que por un lado está el núcleo religioso que expresan ser necesario cumplir con las Sagradas Escrituras sobre los lugares que debe tomar en posesión Israel, exigiendo al gobierno que cumpla tal misión, la que por cierto no permiten que los propios hijos de estos religiosos luchen en el ejército “para lograr el objetivo bíblico”.

Por otra parte, otro grupo de judíos comenta que en bien de la paz ya no se sigan abarcando más territorios y que, con las actuales fronteras, se dispongan a vivir en paz y armonía con los vecinos de otros países.

En las fronteras, tremenda zozobra viven los colonos judíos, sobre todo en la Franja de Gaza, pues los palestinos al sentirse replegados, arrinconados y expuestos, a sólo salir por el mar, provocan disturbios y actos terroristas.

Con el problema del agua, Israel tiene otra gran batalla, ya que en sus ciclos naturales son pocas las lluvias, así como la generación de nubes por ser tierra árida. Su principal fuente de almacenamiento y utilización está en el lago de Galilea, la que luego de ser purificada se puede ingerir en cualquier lugar donde haya un bebedero, no importa que sea en la montaña más alejada del Mar Muerto, en lo alto de Massada, o bien en cualquier ciudad.

Israel cuenta con plantas de desalación, la mayoría de ellas en la zona de Eilat, con ellas se puede extraer y desalar agua del Mar Mediterráneo. En los hogares, escuelas, instituciones y oficinas instan a los ciudadanos a ahorrar el vital líquido. La consigna de “no derrochar ni una gota” es conocida por cada israelí.

Básicamente esto descubre un peregrino cuando visita Israel, un Estado en alerta.

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