Colaboraciones

Paso a desnivel | David Cárdenas Rosas | Jorge Ibargüengoitia. La serendipia.

Su ironía alcanzó los niveles del arte.

Su oficio de desmitificador, hizo que sus seguidores creyeran más en él.

En sus libros, sus verdades eran mentiras.

Y sus mentiras, más mentiras eran.

Era un arbitrario elegante.

La historia convertida en clase de aula para enjaezar héroes era dinamitada por él mostrando la piel, los infortunios, deslices y desencantos, así como instantes fortuitos de quién se hizo “hombre ilustre, solo porque estaba ahí, ese día”.

Jorge Ibargüengoitia obedeció los consejos familiares de “estudia para que seas algo en la vida” y encaminó sus pasos, los pasos de Jorge, hacia la carrera de ingeniería.

Al tercer año, cambió los números por las letras.

“Fue un acto de serendipia” señaló.

La serendipia es el hallazgo que se logra de manera fortuita, cuando el que busca está tratando de encontrar algo diferente. 

Jorge recuerda que estando en el rancho familiar, se descompuso un tractor.

Fue a Guanajuato por la refacción, ahí conoció a Salvador Novo, quién presentaría la obra “Rosalba y los llaveros”. Ibargüengoitia acudió al teatro y sin más, supo que su destino era escribir. 

“si no se descompone el tractor, yo me hubiese quedado en el rancho y seguiría siendo agricultor o quizá hasta millonario” dijo años después. 

Si se hubiese quedado en la finca, se hubiera privado de su misión. Si hubiese abdicado no habría quedado en él ni el consuelo que brinda el sarcasmo. 

Así que de regreso a casa se matriculó en la Facultad de Filosofía y letras de Cuévano, ¡perdón! de Mascarones. Y ahí conoció al Maestro Rodolfo Usigli, quién sería su referente en el quehacer literario. 

“Los relámpagos de agosto” fue su primera novela y la que lo llevó a comprender que había elegido su camino. En Los relámpagos de Agosto leemos ya al Jorge Ibargüengoitia, satírico. Al gran militante del humor ácido, al sonriente ante la historia y no al melancólico escritor que se sublima contando leyendas sacadas de la amargura del barbecho y del surco que no da nada.

Ibarguengoitia humanizó la imagen de los revolucionarios cuando estos había adquirido ya la pesada rigidez del bronce y el rostro ausente de sonrisas.

Gustaba de lo absurdo.

También escribió un libro de cuentos, La ley de Herodes. Y otras novelas más.

Jorge Ibargüengoitia fue un narrador incansable como sus pasos por Paris.

Ibargüengoitia afirmó acerca de sus obras que; “si alguna semejanza hay entre esta obra y algún hecho de nuestra historia, no se trata de un accidente, sino de una vergüenza nacional.

Jorge. Un hombre que en la tempestad; cantaba.

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