Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por Marcos H. Valerio | La guerra fraguó hermandad.

Según fuentes de la Oficina Gubernamental de Prensa en Israel, el conflicto bélico que se vive en dicha nación la coloca entre los cinco países con mayor número de corresponsales extranjeros que suman unos tres mil. Entre ellos, 200 son árabes incluyendo países con los que Israel no tiene relaciones diplomáticas como Líbano, Irak, Arabia Saudita y Argelia, más otros tres mil que llegan temporalmente para hacer reportajes especiales.

Ellos son los ojos del mundo en Israel, los encargados de contar al resto del planeta lo que sucede en este pequeño país de apenas seis millones de habitantes que, desde hace más de 60 años, está en guerra.

Los enviados o corresponsales de guerra son aquellos que nunca sufren de escasez de noticia porque siempre hay algo que mostrar al mundo. Sin embargo, hay otro tipo de sufrimiento: las dificultades para llegar al lugar de los hechos llámese Ramallah, Gaza, Nabluz, Kalkilia, Tel Aviv, Jerusalén o cualquier otra de las convulsionadas ciudades que viven constantes atentados terroristas o enfrentamientos entre militares judíos y civiles palestinos.

Este obstáculo no es por falta de acreditación o la carencia de algún transporte para poder trasladarse, pues esto lo puedes solucionar pagando entre 200 y 300 dólares. Es más bien, el desconocimiento del lugar.

El panorama se va tornando gris cuando estos son amenazados por cualquiera de ambos bandos “porque no les gustó cómo manejó la información”. Debido a estos inconvenientes en esas lejanas tierras, los periodistas no se hacen amigos, se convierten en hermanos y pese a convivir apenas unos días se cuidan como “si se conocieran de toda la vida”.

En las noches de calma, las botellas de vodka de 18 shekel (unos cuatro dólares) son consumidas para ahuyentar el miedo que hay en el grupo, para ya no pensar en los seres queridos que se han quedado lejos, para borrar un poco la imagen de un atentado en un restaurante o buseta judía o bien, la masacre contra un niño palestino que en la mano llevaba una piedra.

Los 27 latinos, grupo al que me incorporé, fueron con una sola consigna: cubrir la guerra por 45 días, ser los ojos de su nación y mostrar lo que en realidad se vive. “A partir de hoy, ya nadie nos va a contar”, decía Patricio Quelal, vocero ecuatoriano.

La comida es abundante. “En tiempos de guerra se debe comer bien, para soportar lo que viene”, comenta Iuval, uno de los guías que no se separa de nosotros. Algunos compañeros aseguran que lo mandaron las Fuerzas de Inteligencia Israelí a investigarnos; los menos, creen que lo hacen para ganarse algún shekel –moneda que circula en Israel-. Lo único cierto es que hace muchas preguntas.

Los más alegres pretenden quitar la tristeza a sus homólogos, de sus mochilas sacan una bocina e invitan a los demás a bailar. “Vamos a ahuyentar las malas impresiones y a revivir la diversión…vamos, no todo es triste en este bello lugar”, opinaba Emilia Pereyra, reconocida escritora y ex Jefa de Redacción del Periódico El Caribe de República Dominicana.

Debido a las constantes expediciones nombrábamos a un líder de tropa, quien se responsabilizaba de que nadie se rezagara, cuidaba cada paso de los demás, era el alfa y omega del grupo. Al final de la jornada se le entregaba la información que los demás habíamos recabado para que hiciera su labor periodística. Diariamente se cambiada al jefe de tropa y era lo justo, pues con un día de guardia quedabas exhausto.

En medio de la zozobra, de la incertidumbre por el temor de ser atacados por algún terrorista vivimos juntos 27 latinos durante mes y medio. Poco tiempo, dirían algunos; toda una vida para otros. Tan es así que a 10 años de esa experiencia aún seguimos en contacto e incluso hasta intercambiamos información. Y festejamos, aunque sea por redes sociales, los cumpleaños y los triunfos de cada colega.

Durante esa travesía admiramos una de las cunas de la humanidad, descubrimos la grandeza de dos pueblos, la fortaleza de dos razas, la belleza de dos culturas, la magnitud de dos religiones; pero también, la terquedad de algunos políticos que no encuentran la manera de conseguir la paz.

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