Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por Marcos H. Valerio | Cenicienta duranguense!

A sus 16 años de edad, Julia apenas terminaba la secundaria. ¡Oh, sorpresa, quedó embarazada! Este motivo obligó a que contrajera nupcias.

Unos meses más tarde, sus suegros decidieron radicar en Ecatepec, un municipio pobre y marginado del Estado de México. Ella y su esposo adolescente decidieron seguirlos.

Pronto, el joven obtuvo un trabajo en el Sistema de Transporte Colectivo Metro, sin embargo, la paga era poca. Con lo que ganaba no le alcanzaba para pagar una renta y menos para la manutención de su esposa e hijo. No había más opción que vivir con sus papás.

Los años pasaban y las cosas se complicaban, los gastos eran cada vez mayores. Su hijo, a quien bautizaron con el nombre de Raúl, apenas ingresaba al kínder. No hubo más opción, Julia debía ponerse a trabajar. Fue su suegra quien se hizo a cargo del cuidado del pequeño.

Por las mañanas, antes de irse a la cafetería donde laboraba como mesera, Julia alistaba a Raulito para llevarlo a la escuela.

Cuando era su turno de prepararse para ir a trabajar, lo primero que hacía era tomar una ducha. Apenas el agua de la regadera empezaba a escucharse, el suegro entraba a la habitación con el pretexto de ver a su nieto. Ya era costumbre que la sorprendiera semidesnuda.

Sin importarle lo incómodo que resultaba la escena, el hombre no salía de la habitación. Julia debía regresar al baño para vestirse.

Por otra parte, la relación de Julia con su esposo se complicaba. El joven se tiraba al vicio, por lo que el dinero escaseaba cada vez más. Pronto, Julia debió hacer horas extras. La suegra exigía más gasto.

En varias ocasiones, cuando el marido llegaba drogado, le daba por violar a Julia, su esposa. Si ella se negaba a sostener una relación sexual con él, no había vuelta de hoja: salía golpeada.

Al día siguiente, todo volvía a la normalidad. Ella regresaba a su trabajo. Ese lunes le tocó atender a un hombre extranjero, de unos 65 años de edad. A él, le llamó la atención los severos golpes y moretones que Julia presentaba en su cara. Sin dudar, preguntó qué le había sucedido.

Julia no titubeó: “Me golpeó mi marido y hasta pienso dejarlo, pero no tengo a dónde ir. Tendré que resignarme con volver a casa”.

El extranjero, un médico con especialidad, pronto ofreció su departamento para ella y su pequeño Raulito. Julia aceptó.

Empezó entonces una nueva vida. Dejó de trabajar y, a los pocos meses, consiguió un abogado para solicitar el divorcio. Al mismo tiempo se dedicó a estudiar. En un año y medio terminó la preparatoria e inició la licenciatura en Filosofía y Letras.

Con su nuevo esposo médico tiene la vida que siempre soñó: ahora vive en un departamento de lujo en la alcaldía de Coyoacán y cuenta hasta con personal que le ayuda a la limpieza. Su hogar siempre está impecable.

Ambos se fueron de vacaciones a Europa y allá procrearon a la pequeña July.Julia, quien siempre se ha negado a hablar de su familia, lo cual consterna a su marido, pues ni siquiera sabe si tiene padres o hermanos, asegura que es de Durango.

Cuando su esposo toca el tema, ella responde que él y sus hijos son su única razón de vivir y que, por tanto, no tiene por qué mirar al pasado.

Julia, sin duda, es extraña.

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