Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por: Marcos H. Valerio | Damisela perversa.

– Gracias joven, por favor lléveme a la delegación Magdalena Contreras y métale porque ya se me hizo tarde, se casa por el civil mi cuñada y ya se me hizo tarde.

-Sí jefe, no se preocupe; me sé unos atajos, ahorita llegamos. Aunque debo decirle que, por mi experiencia, creo que siempre debemos llegar tarde a las bodas, creo que es mejor.

– ¿Por qué?

– Si le contara, bueno le cuento; al fin y ni me conoce, pero créame, esto nadie lo sabe. Ahorita tengo 44 años de edad, hace como nueve estuve a punto de casarme con Lupita, una vecinita del barrio, sucede que fuimos novios por más de ocho años. En una ocasión me dijo: “Rubén, ya tenemos bastante tiempo de novios, dicen mis papás que ya es tiempo que nos casemos”.

Ese comentario me disgustó mucho, ¿Por qué iban a decidir sus papás sobre nosotros? Se lo reproché: “si yo me caso contigo es porque te amo, no porque lo digan tus papás”.

¡Claro mi amor!, me respondió. Yo también te amo y bueno… es el sentir de mis padres; pero en verdad, yo deseo mucho vivir contigo, sobre todo ahorita que ya liquidaste el crédito del taxi. Con mi salario de recepcionista y el tuyo, no creo que tengamos problemas económicos.

Bueno, al final me convenció e iniciamos los planes, empezamos a ahorrar, nos fijamos un año para armar la fiesta, le comenté a los cuates de la base mis planes y ya sabes, empezaron a meter el demonio. Me preguntaban cuántas veces habíamos tenido relaciones, cómo me gusta, en fin, esas cosas.

Un día me abrí, les dije que nunca, que en el tanto tiempo que llevábamos de conocernos, nunca habíamos tenido relaciones.

Entre todos me aconsejaron que antes del matrimonio era bueno conocerse y no veían nada de malo que tuviéramos un encuentro, pues los planes de boda ya estaban, el objetivo era eso, conocernos en la intimidad. Durante varias semanas me insistieron, no había día que me preguntaban cuándo, si ya.

Lupita iba todos los días a la base, era el punto de encuentro, pues de ahí nos íbamos a cenar, al cine, en fin. Cuando llegaba, todos la miraban con ojos libidinosos.

Un viernes de diciembre y de quincena, cuando el dinero brota hasta por las coladeras, le dije: por favor llámale a tu mamá y dile que vas a llegar tarde, que te invitaron a una posada, que vas conmigo, que no se preocupe. Como saben que no me gustan las bebidas embriagantes, pues eso les daba confianza a sus padres.

Lupita se puso contenta, habló a su casa, me preguntó dónde era la posada, le respondí que primero íbamos a cenar al restaurante de chinos que tanto le gusta, uno que está por avenida Revolución.

Fuimos, la noté ansiosa, pues ya quería bailar. No podía decirle que era una treta para llevármela al hotel, por lo que empecé a seducirla y le dije: “Lupita, necesitamos conocernos más en la intimidad, dejemos a un lado la posada y vamos un motel, tengo un poquito de sueño”. Ella se alegró más y me respondió que sí.

Durante el trayecto me confió que deseaba desde hace varios años ese momento, que pensó que nunca iba a llegar, que estaba dispuesta a concederme todas mis fantasías sexuales.

Con esas palabras me excité más, pero también me dio miedo, qué tal que la Lupis ya no era pulcra y yo le iba a entregar mi castidad, pues, aunque la conocía de toda la vida porque éramos vecinos desde chiquitos, ella tuvo un novio antes que yo, se llamaba Pedro, eso me llenó de dudas.

Al fin llegamos al motel, en la habitación, ya sabes, empezamos a besarnos y como dice la canción de Martín Urieta: Nos estorbó la ropa. Y fue en ese momento cuando descubrí lo que no me gustaba de la Lupe…Traía una tanga roja, bien chiquita y pegadita.

– ¿Qué caso no sabes que las tangas rojas son de perdición, de mujeres perdidas, destructoras y sucias?

– A lo mejor se la puso porque no tenía otra ese día, o porque se la regaló su mamá o qué sé yo, le dije al taxista.

Eso también pensé y aunque me enfadó, el festín siguió. Pasamos una noche de maravilla, platicamos mucho, hasta podría decirle que me eché unos tragos, yo que no tomo. Vea, tomé mis cervecitas, vimos películas, platicamos mucho, en fin, fue buena noche, la llevé a su casa hasta la madrugada.

Los días pasaron, ella se transformó, la sentía más apasionada, muy aventada, desinhibida, me besaba enfrente de todos, me abrazaba, me mordía la oreja, le valía quien estuviera.

A la semana siguiente, un sábado, la Lupe nada más trabajó mediodía, por lo que a las tres de la tarde ya estaba en la base, traía una faldita de mezclilla bien cortita.

La subí al taxi, me enojé mucho con ella, le recriminé su conducta. Me respondió que era para darme gusto a mí, me empezó a morder la oreja y en voz baja me dijo: “vamos al motel, hoy invito”.

Otra vez, traía tanga roja y nuevamente me enojé mucho, me estaba llevando al camino de la perdición, sus pasiones libidinosas hacían que perdiera la cabeza.

Otra vez traía tanga, esta vez era de encaje y botones plateados, bueno, hasta me dijo que, al salir del trabajo, fue al centro a comprarse la falda, la blusa escotada y la tanga.

Total, me enojé mucho, le expliqué que las tangas rojas son el camino a la perdición. Le prohibí que se pusiera tangas, calzones, pantaletas o cualquier cosa que se pareciera al color rojo, que en lugar de seducir causan asco.

Como ya nos íbamos a casar, yo no quería una mujer perversa como esposa, tenía que saber la puritita neta, sus deseos malignos nos iban a llevar al fracaso en el matrimonio.

Ella se sacó de onda, me insistió en que le contara mis perversidades e insistió que el rojo era su color favorito, que le daba suerte.

Entonces me di cuenta que no era virgen, que me había utilizado, yo le entregué mi pulcritud porque pensé que me amaba, mi alma inmaculada había quedado sucia con sus pasiones infernales.

Yo no podía perdonar que usara tangas rojas.

Ella sabía lo que me disgustaba, yo le advertí que no me gustaba que usara tangas rojas.

A la mitad de la semana, yo fui el que tomó la iniciativa, le marqué a su oficina, le pedí que saliera pronto, que la vería frente a su trabajo.

Se escuchó una sonrisita tímida y me dijo, qué bueno que me avisas, pues a la hora de la comida me lanzo a una sex shop y compro algo bonito para ti, te voy a dar una sorpresita.

Llegó la hora de su salida, la esperé frente a la oficina, ya sabes, no falta quien de las amigas se cuele y le tienes que dar un aventón al Metro; después nos dirigimos al motel y nuevamente traía tanga roja con unos colguijes como de peluche, unas medias rojas, una ombliguera roja y unos cuernos de diablo, me comentó que era la mujer diabólica y que me iba a consumir entre sus brazos, que no iba a dejar nada de mí.

Me volví a enojar, me sentí muy ofendido porque pasó por inadvertido mi consejo. Pensé que ya de casada iba a hacer lo que quisiera, una mujer libertina.

Desde ese momento yo me encargaría de comprar toda su ropa, obviamente incluía la interior. Al siguiente fin de semana fuimos a las mercerías del centro y vendían puras tangas, nada de calzones decentes, de eso se agarró para decirme: “Ahora me entiendes, porque compro lo que compro”.

Accedí y escogimos unas blancas y otras negras, al fin tenía otras que no eran rojas. Como tenía que sacar la cuenta y el gasto de las tangas, pues la dejé en su casa y me puse a chambear hasta noche.

Al día siguiente quedamos de vernos, por lo que empecé a ruletear temprano para sacar la cuenta y la gasolina.

Por la tarde, pasé a su casa, después de ir a comer unos tacos nos dirigimos al motel y, sorpresa, traía su tanga roja. No dije más, me vestí, me explicó que las tangas nuevas eran para una ocasión especial. Entonces me pregunté ¿Qué acaso no es éste un momento especial? Además, ya le había prohibido utilizarlas.

Me salí del motel, la dejé en la habitación, días después me buscó, trató de explicarme no sé qué, pero todo estaba dicho, aunque es mi vecina, nunca quise saber de ella.

A través de mis hermanas, mis papás y los suyos, intentaron convencerme que regresara, no podía decirles que no quería nada con ella porque usa tangas rojas, además que había ensuciado mi alma, yo sí la amaba, nunca la busqué; sentía un nudo en el pecho porque a nadie le pude decir que era una mujer con alma perdida.

Siempre me porté como un caballero. No quiero imaginarme que sería de mí si me hubiera casado, si hasta ese momento hubiera descubierto que usaba tangas rojas, trapos perversos. Yo creo que por eso es bueno conocerse en la intimidad, para evitar divorcios más tarde.

La Lupe es una mujer perversa. Yo creo que sí se enamoró de mí, aunque a los dos años de que la dejé se casó. Ahora tiene dos hijas.

No me arrepiento, yo no podría vivir con una mujer sucia que siempre lleva tangas rojas, quesque porque son de buena suerte, yo no iba a caer en sus juegos sucios, en sus instintos turbios…

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