Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por: Marcos H. Valerio | Le hicieron de chivo los tamales.

Desde que abordé el taxi, el chofer no dejaba de hacer preguntas, me veía constantemente por el retrovisor, se mostraba servicial. Sin embargo, su comportamiento era raro. Quizá era la madrugada o el cansancio por la jornada laboral, pero el tedio rondaba en el interior del vehículo y sorpresivamente del hastío pasamos a la buena charla.

– Patrón, usted se ve gente decente, persona de palabra. Voy a confiar en usted, le quiero hacer una propuesta…

– ¿Qué propuesta?

– No se saque de onda, es algo que nos conviene a los dos. Bueno, para que me entienda le voy a platicar algo de mi vida.

Me gusta ruletear de noche porque no soporto el tráfico, es cuestión de buscarle y sale el dinero. Bueno, mi horario es de cinco de la tarde a cinco de la mañana. Durante el día otro compa trabaja el taxi. Llevamos ese ritmo más de 15 años y nos ha resultado.

Hace como ocho meses conocí a Adriana La Tamalera, es una chava de 30 años, viuda, con dos hijos de 12 y 10 años.

Todos los días paso a su casa, alrededor de las 5:20 de la tarde para llevarla a la Alameda del Sur, donde vende sus tamales. Por la noche regreso, como a las 10:30. Si terminó sus dos botes de tamales y sus dos botes de atole, pues la regreso a su casa; si no, ella calcula el tiempo y retorno más tarde. Aunque creo que lleva pocos tamales, porque sus botes casi no pesan.

Por ese servicio, nos hicimos amigos y la verdad Adriana La Tamalera está muy bien, tiene carácter para vender, es una persona animosa, busca la forma de mantener a sus hijos. Yo estoy casado, tengo tres hijos, pero me gusta y le ando haciendo la luchita.

Todas las noches la cortejo. Bueno, ya salimos en dos ocasiones; hemos ido a cenar pozole, pero no pasa de ahí, nuestra relación es de manita sudada, pues, aunque no somos nada, ella me cuenta sus broncas y yo las mías.

Me dice que no le gustaría la señalen de loca, en la colonia todos la conocen, más ahora que sus hijos empiezan a crecer les tiene que dar buen ejemplo. Sin embargo, me dice que como mujer pues también tiene sus necesidades, que lleva dos años de viuda y que no está preparada para una relación, mucho menos con un hombre casado.

Pese a ello, nunca dejé de buscarla, además que me gusta mucho su plática y su compañía. Eso me alienta a salir temprano a trabajar y buscarle. Y todas las noches, cuando me despido de ella, siempre le digo: “Entonces qué, cuándo se me va hacer”. Ella sólo ríe y se baja del taxi; bueno, en las últimas semanas se despide de beso en la mejilla.

En algún momento, llegué a pensar que esas palabras ya eran rutinarias, que no le causaban nada y fui perdiendo la esperanza.

Hace rato la fui a dejar a su casa, venía muy contenta porque vendió todo, terminó antes, hasta me esperó media hora. Al bajar del taxi me dijo: “Carlos hasta que se te va a hacer. Mañana te veo como a la una de la tarde en la esquina donde siempre pasamos por los bolillos”.

Antes de bajarse me advirtió que la cosa era discreta, aunque humilde, pero es una dama y no le gustaría estar en boca de los demás.

¡Pero ahora tengo otra bronca!

No sé con qué pretexto me podré salir de casa. Durante 15 años me la he pasado todo el día en casa, cuando salgo es porque voy a comprar la despensa, algo que necesite el coche y siempre le digo a mi mujer a dónde voy, o sea, me tienen bien checado.

– Pues le dices que vas por unas refacciones del taxi y ya.

– No es lógico porque, a esa hora, el taxi lo trae mi compadre y hace unos días lo acabamos de sacar del taller, ahorita el coche anda muy bien. Además, mi compadre es muy chismoso, no guarda secretos, seguro le va a decir a mi esposa a dónde fui. Para la chamba es recto, muy honrado, pero no guarda secretos.

Nunca le he sido infiel a mi esposa, es muy angelical, es una señora muy decente, qué te puedo decir de ella: “Simplemente es la mejor”.

– ¿Qué vas a hacer? Dile a Adriana que siempre no.

– ¡Cómo crees! Imagínate, después de esperar tanto tiempo, de echarle muchas ganas al cortejo y ahora salgo con que siempre no.

– Pues dile que se ven en la noche, así no tienes broncas.

– Ya le dije, pero siempre anda a las carreras y no quiere desvelarse porque todas las mañanas levanta a sus hijos para llevarlos a la escuela, además me recalcó que las cosas tienen que ser discretas y si la voy a dejar muy noche sí sospecharían sus papás; y en la mañana no puede porque tiene que ir a La Merced por la manteca, el chile y la harina de los tamales.

– ¿Entonces?

– Es lo que te quiero proponer:

No te cobro la dejada, pero a cambio tú me marcas por teléfono mañana a mi casa, como a las 12 del día, si te contesta mi esposa dices que eres Raúl, El Matacuás, y pides hablar con El Güero. Cuando te conteste, yo te digo: “ok, nos vemos como a la una para ver el coche que quieres comprar”. Después que cuelgue el teléfono, le platico a mi esposa que vamos a probar un coche que te interesa y como sé de mecánica, pues me pediste el favor.

– ¡Órale!, ¿Pero cómo te llamas? No voy a preguntar nada más por El Güero.

– Soy Carlos, pero todos me conocen por El Güero, preguntas por El Güero.

– Dame tu número telefónico y te marco entre 11 y 12. Te voy a dar el mío para que en la tarde me marques y me platiques cómo te fue.

– No dejes de llamarme, no vayas a perder el papelito… No me vayas a dejar de llamar, insistió.

Al bajar del taxi guardé el papelito en mi cartera para no perderlo. Pensé que algo tenía qué hacer para que no se me olvidara llamarle por teléfono. Cerca de las 10 de la mañana recordé que tenía que comunicarme con El Güero, pero aún era temprano. La rutina y el ajetreo hicieron que se me olvidara llamarle a la hora acordada. Me acordé a las 12:30 de la tarde.

Una voz femenina se escuchó del otro lado del auricular. – ¿Bueno?

– Buenas tardes, busco al Güero.

– Se está terminando de bañar. ¿Eres Raúl, El Matacuás, el que va comprar el Tsuru?

– Sí, a tus órdenes. Todavía no sé, necesito el buen ojo del Güero, que me diga si está bien el auto y de ser así, pues regateo y lo compro. Es por eso que necesito verlo.

– Hola, soy Brenda, la esposa de El Güero, me pone muy contenta saber que alguien se va a comprar un coche, quizá porque recuerdo todos los esfuerzos que tenemos que hacer Carlos y yo para cambiar el taxi y al final nos pone muy contentos. Hazme un favor, cuando lo compres nos invitas al remojo.

– Mucho gusto Brenda, te prometo que los invito al remojo.

– Te paso a Carlos, ya salió del baño. Por favor no dejes de invitarnos, me gusta conocer a los amigos de mi esposo. Mucho gusto.

¿Qué pasó mi Matacuás?, pensé que ya te habías rajado, exclamó El Güero. Ya voy, prosiguió, dile al dueño que lo vamos a probar bien, que nos vamos a llevar un buen rato, que no se vaya a desesperar. Veo que ya invitaste a la Brenda a la taquiza; bueno, primero que se te haga el cochecito. Te veo en un rato.

Al colgar el auricular, una parte de mí sintió satisfacción por hablar justo a tiempo; pero otra parte, me reprochaba la farsa, por mentir a Brenda.

Pasaron los días, nunca se comunicó El Güero, tampoco me atreví a marcarle a su casa, pues seguramente Brenda contestaría el teléfono y me preguntaría del automóvil que supuestamente fuimos a probar, por lo que no supe más detalles.

Después de tres meses pasé por la Alameda del Sur, recordé a Adriana La Tamalera, estaba oscureciendo, a lo lejos vi una mujer de unos 30 años vendiendo tamales. Compré uno y lentamente me lo comí en una banca ubicada frente al puesto. Quería preguntarle su nombre, pero no me atreví.

En ese lapso, dos jóvenes se acercaron a la comerciante, ella les entregó dos paquetes con envoltura de papel periódico, lo que sin duda no eran tamales ni atole.

Más tarde llegó un globero, quien exclamó: ¿Qué pasó Adriana, cuándo nos vemos?

A lo que la mujer respondió:

– Mañana, a la una de la tarde, te espero frente a la panadería donde compro los bolillos. Ya sabes, muy discreta la cosa, no le vayas a decir nada al Güero, sobre todo ahora que me da gasto.

El globero muy sarcástico comentó: Ese cuate no se da cuenta de nada. Imagínate, mientras él trabaja de noche, la Brenda se da sus agasajos con su compadre; y por si fuera poco, lleva tres años saliendo con El Matacuás.

Tras una larga carcajada, Adriana afirmó: “Eso sí, nunca se ha dado cuenta que mi venta real es la mota y no los tamales. Además, como le lloro y choreo de las pésimas ventas, hasta gasto me da”.

Otra larga sonrisa interrumpió el diálogo, posteriormente ambos continuaron sus rutinas.

Mientras me retiraba del lugar pensaba: ¿No se supone que El Matacuás conoció a Brenda por teléfono hace tres meses? Ahora resulta que tienen una relación. El compadre honrado también tiene su historia; y Adriana, la dama que se sobaba el lomo vendiendo tamales para educar a sus hijos, resultó ser narcomenudista.

“¡Al Güero le están haciendo de chivo los tamales!”

ooOoo

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