Colaboraciones

Charlas de Taberna | Por: Marcos H. Valerio | Enfrentó a su agresor; evitó ser violada.

Apenas abrieron la galera, salió el detenido. Sus ojos lucían huecos y sus pómulos profundos, el pelo corto, la tez morena y, en la sudadera, se escondía un cuerpo huesudo, de manos grandes, 1.70 de altura, mal encarado, de 25 años. Presentaba algunos moretones, tal vez fue una calentada para que declarara o tal vez se lesionó mientras huía. Eso ocurre regularmente.

Su detención parecía no preocuparle, su cinismo se veía a leguas; eso sí, cumplía todo lo que le ordenaban. “Sal de la galera y no hagas panchos. Párate donde está la regla”, le mandaba un policía de investigación.

– Éste es el violador serial, señalaba el guardián del orden.

El individuo masticaba un chicle y esperaba más órdenes.

– Ponte de frente, ahora de perfil, del otro lado. ¿Tienes tatuajes?

– Sí, cuatro: uno en cada brazo, otro en el pecho y uno más en el muslo izquierdo. ¿Se los enseño?

Al instante se quitó la sudadera y mostró los trazos en su cuerpo.

– Jefe, antes de que me haga preguntas, regáleme un tabaquito, por favor, llevo varias horas sin fumar.

– El cigarro hasta el final. Dime: ¿es tuyo el taxi que está afuera?

– No, es de mi patrón; yo sólo lo trabajo. Bueno, lo trabajaba porque según me han dicho, me voy directo al reclu. Ayúdeme jefe, ellos dicen que soy violador y la verdad sólo quería meterle mano a la chava.

Me hizo la parada, me pidió el servicio, le invité a cotorrear y, como no quiso, pues en un alto, por el semáforo, la quise cachondear, no se dejó. La neta si le puse la navaja en el cuello, pero era sólo para espantarla, de inmediato me arrebató la navaja, le metí unas cachetadas para calmarla.

Durante el forcejeo se abrió la puerta del taxi y empezamos a pelear, créame fue a chingadazo limpio; pega duro, nos aventamos un trompo, un buen trompo; creo que ni en el reclu me había trompeado así.

Eran como las seis de la tarde, había mucha gente en la calle, obvio, se pusieron a favor de ella, entre todos me volvieron a madrear; llegó la tira y me trajeron. Ahora dicen que soy violador, que violé a varias chavas, que utilizaba el taxi para atacarlas, pero sólo fue ella, y lo hice porque me gustó mucho.

Está muy bonita y está bien grandota. Nunca me imaginé que era muy ruda para el trompo y mucho menos que no le iba a sacar, ni la navaja la amedrentó.

– ¿Quieres que te crea?, ya checaron los archivos, tienes antecedentes penales, saliste del Norte hace dos meses, estuviste por violación, le diste violín a tu sobrina, ¿quién te va a creer que eres inocente?, ¡Mira tu cara de angelito!, ¿No pudiste pagar una puta?

– ¡¿Qué pasó jefe? Yo no pago… pero le repito, me calenté porque la vi bien buena y pues, me hizo la parada, abrí la puerta del taxi, se subió y sólo quise meter mano.

– Ve la madriza que te puso.

– Unos madrazos si son de ella, los otros…

– De los tiras. Estos cabrones te los hicieron.

– ¡No!, yo no dije eso.

– ¿Entonces?

– Yo solito me los hice, me caí.

– Pensé que estos batos te los habían hecho.

– No, yo fui.

– ¿Ya viste en qué problema te metiste? Te van a consignar por violación y ya mandaron traer a otras chavas para que te identifiquen. Dicen que eres un violador serial. ¡No te la vas acabar!

– Es neto jefe, yo sólo ataque a esta chava, a las otras no.

– ¡No te creo nada!, hasta cínico eres.

– ¿Eres soltero?

– No, tengo una chavita de seis años. Ahora sí mi vieja me va dejar. Écheme la mano, jefe, dígales que yo no fui.

– A ver. Me estás diciendo que no la querías violar y ahora que sí.

– Bueno, sólo a ella, pero no la quería violar, las demás no las ataqué.

– Pues si no las violaste, cuando pases a la Cámara de Gesell, las chavas van a decir que no fuiste y ya. Pero si una de ellas te identifica no te la vas acabar.

– Me aventé cinco años en el reclu, no quiero regresar.

– Ya vi el taxi, tienes espejitos por todos lados, la chapa del pasajero no sirve. ¿Por qué?, ¿Para que no huyeran tus víctimas?, ¿Qué dices de la navaja?

– Son puras coincidencias, los espejitos eran para ver a los clientes que no me fueran a atracar, la chapa se descompuso la semana pasada, la navaja es para defenderme de algún malora. Ayúdeme, hágalo por mi familia, ahora sí me dejan.

– Lo que no entiendo es: ¿Cómo te madreó la chava?

– Pues ni yo, no crea que me cacheteó, no. Fue a puño cerrado, nos aventamos el trompo. En dos ocasiones la tiré, se paró y me enfrentó, no corrió, ni pidió ayuda, ni gritó. Eso sí, está grandota.

Jefe, por favor regáleme el cigarro, estoy bien erizo.

– Ya vino tu familia.

– No, tengo la esperanza de librarla, no quiero más problemas con mi esposa, ya no quiere dejarme ver a mi hija.

– ¿Ya comiste?

– Sí, pero si me quiere traer una torta de milanesa no le hago el feo, se lo voy agradecer.

– ¿Cómo es que violaste a tu sobrina?

–  No es cierto, ella es dos años más chica que su servilleta, nos hicimos novios. Ella se clavó, quería irse a vivir conmigo; le dije que no podíamos, pues ya tenía a mi bebita, además ella sabía que yo era casado.

Fue ahí donde planeó su venganza. Me invitó a un reventón. A media noche nos salimos, antes de dejarla en su casa, tuvimos relaciones en el taxi que yo trabajaba, nuevamente me rogó para vivir juntos, pero como me negué, me amenazó con denunciarme por violación. Creí que era puro choro y la dejé en su cantón. Al otro día, los tiras fueron a mi cantón, lo demás usted ya sabe, fui a dar al reclu por violación. Hace dos meses salí y ahora regreso otra vez.

– Si no querías violar a tu víctima, ¿Por qué le sacaste la navaja?

– Era sólo para espantarla, para que se dejara manosear, yo no quería hacerle más.

– ¡Pues suerte! Estás metido en un problemón.

– Lo sé, gracias por visitarme, regáleme otro tabaco y, si puede, écheme la mano con el Ministerio Público, dígale que yo no fui, que me conoce, que soy gente buena, que no me pongan en la Cámara de Gesell.

– ¿A qué le tienes miedo?, ¿A que te identifiquen?

– No, creo que por hacerme la malobra la chavas que van a venir van a declarar que las ataqué.

– ¿Entonces sí las atacaste?

– ¡No!, Sólo a la grandota.

– Bueno ¡Suerte!

– Jefe, ¿Me va traer mi torta de milanesa?

– Eres un cínico. Al rato te mando la torta con unos cigarros.

– Gracias. Dígales que yo no fui, hágalo por mi hija.

Pasaron algunas horas, cinco jovencitas se presentaron ante el Ministerio Público, a través de la Cámara de Gesell. Tres de ellas identificaron al detenido como su agresor, además de señalar que su forma de amagarlas era con una navaja, el cerrojo del taxi no servía y reconocieron el interior del vehículo por el sinnúmero de espejitos, pruebas que fueron recabadas en el expediente para consignarlo por los delitos de violación y robo. Regresó al Reclusorio Preventivo Norte.

Su familia fue informada de sus ilícitos y detención. Durante su estancia en el Ministerio Público no fueron a visitarlo.

La joven que lo enfrentó comentó durante su declaración que nunca había peleado y que no practicaba disciplinas marciales, pero al ser atacada decidió defenderse. Recordó que su agresor cerró el puño para golpearla, ella también lo hizo y resistió.

Efectivamente, en dos ocasiones cayó al piso, pero al pararse, su oponente mostraba asombro y miedo, lo que aprovechó para aporrearlo. Finalmente concluyó: “Tuve suerte de que se abriera la puerta, tuve suerte de que había mucha gente en la calle”.

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